Espejo de Mujer

Sentada en un viejo sillón de mimbre, frente al espejo color agua de bordes simples en madera., en la soledad de su habitación cálida, iluminada por la luz de un rayo de sol al amanecer. Acomoda su cabello lacio y oscuro azul una y otra vez en diferentes peinados, lo desenreda suavemente deslizando el cepillo en forma lenta, de arriba hacia abajo, de manera continua, sin descanso., lo acomoda en una larga cola descubriendo la palidez y blancura de su cara. Ojos de intensa mirada, perdidos en un desconocido infinito del mas allá, imposibles de alcanzar. No responden ni al acá, ni al ahora.
Sus pupilas, hoy verdes, se mueven y deslizan siguiendo el tenue movimiento de su mano derecha y cepillo al peinar. Nada puede acaparar más su atención que el reflejo de su rostro en el espejo.
Apoya sobre la cómoda junto al peine el cepillo de rosas entalladas en bronce., levanta ambos brazos en expresión de cansancio, deja caer su robe por sobre su espalda, cruza las piernas, se acomoda y sentada de costado entre deja ver un silueta extremadamente delgada, pero armoniosa en sus medidas, delicada, pura, débil. Esta vez tomando el cabello entre sus manos lo despeina sin enredarlo, y lo deja deslizar por entre sus dedos sobre sus hombros descubiertos, tirando su cabeza hacia atrás, tocando con la nuca la espalda, arqueando su cuello estirándolo más no poder hasta dibujar el contorno de la garganta en el perfil de su figura. Siente su suave textura apoyándose en su cuerpo mientras acaricia su piel, y entonces su cabello se desliza hasta la altura de la cintura, provocándole al rozar su desnudez cosquillas inocentes.
En la comodidad de ser la única presencia frente al cristal en aquella solitaria parte de la casa, deja ver su cuerpo en ese reflejo enclaustrado contra la pared.
Levantándose del sillón, deja atrás esa especie de ritual de belleza, sugerente hábito de cada mañana, y agita bruscamente su cabeza sintiendo una vez más durante ese día sus cabellos color noche acariciando su torso completamente descubierto, parecidos a una brisa de vientos cálidos que peina la copa de los pinos en un campo cualquiera en una simple tarde de verano.
El ruido brusco de un portazo a lo lejos rompe inesperadamente con el silencio matutino que la termina por despojar de su propio e inventado mundo, despertándola de su sueño.
Queriendo responder inmediatamente a la circunstancia se asusta al encontrarse escasa en ropas. Se sobresalta y encoge al escuchar los crujidos de la madera por las pisadas fuertes en el piso del pasillo, y por un instante, su cuerpo blanco parece desvanecerse, su corazón se acelera, tiembla, sus pulmones marcan en su pecho las fuerzas que hace para poder respirar, traga saliva.
Tapándose los senos con los brazos, reacciona lentamente estrechando su mano hasta la cama alcanzando un vestido para cubrirse, su cuerpo se mueve a un velocidad que parece quebrarse., el vestido sujetado entre ambas manos recorre su cabeza, nariz, cuello, cintura hasta quedar atrapado por las caderas asentándole su esbelta talla, acomoda algunas costuras en los lugares adecuados, y abrocha tres botones. Sumerge ambas manos entre sus cabellos simulando sus dedos algún tipo de peine y lo vuelve a acomodar en una cola.
Su mirada ya no es la misma de antes, con ojos esta vez penetrantes que recorren cada esquina de la habitación por lo menos dos veces, sin detenerse. El ruido cada vez más intenso le provoca escalofríos en la columna. Evita pensar en ello, y una vez mas su mirada acapara cada detalle del lugar, corre entonces rápidamente hacia la puerta de la habitación apenas entornada, cerrándola en silencio muy despacio, toma firmemente la llave de hierro penetrando la cerradura, temblando inconscientemente la jira hacia la izquierda un par de veces hasta sentirla trabada.
En un suspiro de alivio y mínimo movimiento de la puerta a la cama, se deja caer sobre las sabanas mal tendidas de la noche anterior, y estira sus brazos marcándose sus músculos de mujer, acaricia la textura de la almohada.
Permanece inmóvil en aquella postura por unos segundos, tiene un leve brillo en sus ojos, cierra los párpados, una sonrisa natural marca su cara resaltando una aguda risa que retumba dentro de las cuatro paredes encerradas.
Abre de repente sus ojos verdes a la luz del sol que entra por la abertura de la ventana, su calor penetra en cada uno de los poros de la cara, minutos después vuelve a cerrar los ojos, quedándose esta vez profundamente dormida con la cara al sol.
Eran los cien mismos gestos, una repetición de secuencias aprendidas desde el hábito diario de cinco años transcurridos sin sentido en una vida de treinta y dos veranos.
No lo podía sostener más, y cada mañana al despertar se miraba al espejo tratando de encontrar una cara diferente, encontrar esa mujer con la que tanto había soñado desde una inmadurez frágil. Inmadurez ya que era lo bello lo que había tenido cabida en sus pensamientos, y frágil porque al dolor lo había esquivado.
Sentada frente al espejo en apariencia tranquila, su sangre movilizaba tensión hacia todo su cuerpo y sus movimientos eran consecuencia de su frustración. Pero la melancolía la dominaba subestimándola, incapaz de poder responder ante tanta furia, sus impulsos se habían disuelto y la agresión transformándose en interna le impedía sobreponerse a su propia marginación.
Su pena aún duele, en su desesperación ante una impotencia intuida, se rasguña los brazos hasta sentir la piel arder, sus uñas manchadas en sangre, fiel reflejo del asco que siente por su vida, manchan su cara en cuanto ella se cubre el rostro. Luego reacciona y solo después llora. Pero es tarde, tiene los dos brazos lastimados, los ojos llenos de lágrimas, y en sus pensamientos ella no encuentra respuesta. Inútil es su vida después de cinco años.
En amor, vestida de blanco se había comprometido según la Biblia, ante un cura y en presencia de Dios le fueron juradas las palabras respeto y amor. Frases que tardaron un lustro en transformarse en un mero recuerdo.
El fue tierno con ella y le enseñó sobre los secretos de las caricias, la seducción de las noches y el aprendió a hacer el amor. Ambos solían halagarse con risas y palabras dulces. Al principios fue todo color rosa, pero luego despacio y de a poco aparecieron las espinas con puntas firmes y duras, lastimaron lo que había entre ellos.
Una tarde, poniendo fin a una etapa, la tensión que había surgido entre ambos por diferencias , exploto en discusión, era inevitable, ya no había dialogo entre ellos. No hubo manera de remediar las cosas, ya no habían palabras a manera de arbitrio para llegar a un entendimiento.
Sintiéndose acorralada ante el silencio de el, ella desafió su hombría., el reaccionó empujándola hasta caer al suelo.
El encanto del enamoramiento había terminado para el, sin embargo ella lo seguía amando.
Las peleas se multiplicaron y ella se permitía ser golpeada una y otra vez, como si fuese algo que correspondía que ocurriera, no se defendía. Pero habiéndose permitido el primer abuso, al jamas encontró limites ante su ira y su descarga de violencia terminaba siempre encontrando un lugar en el cuerpo de ella.
El ya no la amaba, pero la necesitaba. Todo su amor se había borrado de su cuerpo sin dejar rastro, era la bajeza humana lo que había incurrido con una sutileza que hasta le permitía sentir una sensación de placer al demostrar su fuerza contra el lamido cuerpo de su mujer.
Una vez le pregunte cuando se iría de su casa. Con ojos desconcertados por mi atrevimiento, pero sin poder obviar la pregunta solo respondió, - ... nunca. En mi interior su pensamiento alteraba cada músculo, y repugnaba su involuntad. Supuse que necesitaba una justificación y levantando la cabeza, tratando de esquivar su mirada, no quería que ella descubriese mi interés, le volví a preguntar - pero ¿por que?. Tomando aire, y fuerzas para continuar ella me respondió a modo de pregunta -... ¿lo amo?. Solo entonces pude entender que estaba con el por costumbre. Me había demostrado que no tenia el coraje ni siquiera para enfrentar a su propia conciencia, y respondiéndome con una pregunta ella no aceptaba ver la realidad de la cual estaba ciega. El habito había transformado aquel amor en costumbre, una maldita costumbre que había destrozado lo último de esperanzas que una vida puede tener, esa necesidad que ella sentía por el había terminado por arrancarle su voluntad, dejando atrás un cuerpo inerte sin vida y disfrazado de mujer. .
Me dolió jamas entenderla, solo supe que tenia que alejarme, y nunca mas la volví a ver.
Junio 29 de 1999

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