Fama, caramelos de propoleo y asesinatos


Corría la época de la infamia en mi vida. Para algunos liberales era monja de claustro, y para conocidos conservadores, el Marqués de Sade en género femenino. Adicta a la nicotina, mi voz se tornaba ronca a eso de las 18 horas cuando -cansada por las ásperas horas de trabajo- mantenía la mente en alerta tomando litros de negra cafeína, café barato que con los años me consumiría el estómago hasta dejarme postrada en una cama.
Aquella noche, velada que venía planeando con mi manager Johnny, cantaría en la fiesta de cumpleaños número 75 de Gino Bonacorsi (mafioso magnate del Bronx que siendo acusado del triple homicidio de Diangello Cassella, Marchelatto Buoni y Eva la Bella, había huido a New Jersey esquivando la Interpol).
El tranvía nos dejaría a cinco cuadras de la esquina donde nos esperaba un coche negro. Para la ocasión, vestía un vestido de gala con insinuante tajo en la espalda. Los zapatos combinaban el color con el del vestido: rojo.
Según Johnny, a las 22:30 horas servirían el pastel y a las 22:45 comenzaría a cantar. La primer canción elegida, "Take my breath away". Fumé cinco cigarrillos largos mientras esperaba detrás del escenario. No sentía nervios, aún sabiendo que estaba en un nido de ratas. Arreglé mi maquillaje Marie Key, me subí los guantes, y tragando a último momento un caramelo de propóleo, entreabrí las cortinas que me separaban de mi público.
Esa era mi noche. Una luz alumbró mi cuerpo. Por mi cabeza corría adrenalina mezclada con la sensación que genera el ego. El mundo estaba viendo nacer una estrella. Caminé un par de pasos, cuando de entre el público, noté la extraña mirada de dos hombres. Escuché un disparo. Gino Bonacorsi estaba tendido sobre la mesa principal con un tiro en el corazón. El saldo de cuentas pendientes había terminado cuando yo empezaba a entonar. No tuve tiempo de abrir la boca. Gino estaba muerto y con él mi posibilidad de alcanzar la fama.
Fue entonces cuando Johnny le propuso a Letticia de Bonacorsi, viuda reciente de Gino, la canción de moda "Please don´t go" y recibió mi manager diez disparos. Huí del lugar del crimen. Tomé un taxi para cruzar el puente. A medio viaje le pedí al taxista que me dejara en 47 street. Sentía ganas de caminar y culpé a Gino por haber abortado mi estrellato.
Al poco tiempo conocí a Richard Phillip Morris, magnate del las Vegas, con quien tuve un love affair y fue él mismo quien me presentó en Baltimore a Kennedy. Mi idea era entonarle a Kennedy el "Happy Birthday" para su próximo cumpleaños. Pero ese vano intento cerraría definitivamente todo capítulo de mi vida relacionado con el intento de conseguir la fama. Marilyn Monroe serrucharía mi piso provocando congestiones en mi garganta dándome un caramelo de propóleo envenenado.
Días mas tarde, luego de hojear el New York Times, Marilyn era noticia। Había sido encontrada muerta en su departamento. Supe entonces que la fama no venía sola, y para tener malas compañías... huí de la CIA.

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