INSECTOS


El corazón de Muriel

Esta es la historia de Muriel, una hormiga negra que se había enamorado del amor mismo y no lograba encontrarlo por más que lo buscase en todos los jardines del barrio.
Muriel era una hormiga simple, como las que usted seguramente habrá pisado no por miedo, sino por la costumbre misma de pisar cada hormiga que se cruza entre el suelo y la suela de su zapato.
Muriel había nacido de la misma hormiga reina, y jamas conoció a su padre, (hay que entender que la hormiga reina se aparea con casi todos los machos del hormiguero, razón por la cual todos las hormigas machos podían ser los padres de Muriel, o que ninguno lo fuera), ella por razones psicologías había optado por la segunda opción, y se habría criado sin la figura de un padre.
Toda su infancia la vivió en los más verdes jardines del barrio, en el hormiguero que estaba debajo del árbol de ciruelas, en donde había abundancia de azúcar y néctar.
Pero ella sin embargo jamás se había sentido a gusto trabajando como hormiga, levantándose por las mañanas cuando aun no había salido el sol, caminar por un sendero sin fin y trepar a una mísera planta para cortar un insignificante pedazo de hojita y volver a hacer todo el recorrido de vuelta, saludándose con sus compañeras de trabajo cada vez que las cruzaba en el camino. Y definitivamente había llegado a la conclusión que no quería envejecer sin haber conocido otros caminos, sin haber escrito poesía y sin haber conocido al verdadero amor.
Cuando cumplió 56 días de vida, supuso que debía marcharse para encontrar su verdadero amor.
Sabiendo que ustedes nada conocen de las hormigas, debo contarles que es tradición en el hormiguero de Muriel que las hormigas contraigan matrimonio al cumplir los 60 días de vida.
Muriel temiendo por su corazón reprimido, le rogó a la hormiga reina, es decir a su madre que la dejase tomarse 4 días sabáticos con la condición que volvería al hormiguero a cumplir su funciones de hormiga si es que no se enamoraba durante su viaje.
Muriel marchó casi con lo puesto y una computadora de mano para escribir sus poesías y mandarle mails a su madre para que no se preocupase de más.
Después de caminar por entre los yuyos de un baldío abandonado se encontró con Mario, una mariposa que estaba hablando muy entretenidamente con una margarita. Muriel quedó deslumbrada por el color de sus alas y su voz sensual. Muriel sintió mariposas en su estomago, y comprendió que se había enamorado a primera vista de esa mariposa que olía tan bien. Se le acercó de a poquito intentando escuchar lo que hablaban hasta que la mariposa se dio cuenta de su presencia y le preguntó que hacia espiándolos.
Muriel que había quedado sorprendida ante tan varonil figura no podía casi hablar, ella que estaba acostumbrada a ver hombres idénticos, quedó maravillada con la mariposa e intento hablar pero solo pudo balbucear…hola, soy Muriel, una hormiga… La Margarita, que se sentía la más bella del jardín se hecho a reír ante tan estúpida respuesta, pero Mario voló hacia ella y la observó seduciéndola con la mirada y rozándola con una de sus alas. La hormiga comenzó a estornudar por el polen de las alas de Mario, y tomando fuerzas le propuso casamiento.
La mariposa sorprendida le respondió… tu eres muy bella, y seguramente podría aprender a amarte, pero yo solamente vivo un día… La hormiga triste respondió que no le importaba quedarse viuda cuando salga la luna. Es más, el era todo lo que ella había esperado del amor y mucho más. El tenia los más bellos colores, y ella quería amarlo aunque sea por lo que quedase de ese día.
Mario, que tenía un corazón dulce supo leer las buenas intenciones de Muriel, y sin pensarlo más, la subió a su lomo y la llevo a volar por entre las demás flores que se sentía celosas de Muriel. No se casaron ni tuvieron hijos, lo de ser amantes por un día fue lo que mejor funcionó. Claro, Muriel no regresó al hormiguero porque todos los días encuentra una mariposa que la vuelve a enamorar sin compromisos, hipotecas, aniversarios.



Erase una vez una langosta

Erase una vez una langosta… su mamá, que había decidido tenerlo a pesar de saber que le costaría mucho trabajo criarlo sola., su papá, había sido aplastado mientras intentaba despegarse de un chicle, pero esa es otra historia.
Manolo, que así había sido bautizado en el charco de la plaza, había crecido en el Parque Las Heras, tenía marcado su territorio en un cantero de malvones, y la raíz de un viejo sauce, jamás había visto el pavimento.
Manolo era una langosta común, aunque le había costado demasiado trabajo a su madre criarlo. Cuando de chico había decidido cambiar de especie, opto por la mosca… su madre que trabajaba para la fabrica de néctar, tuvo que gastar más de la mitad de sus ahorros en el psicólogo. Durante varios meses había sido su hijo el asme reír de la comunidad de las langostas, y fue peor para ella enterarse que nunca había pasado antes en la historia de la psicología freudiana langostiana que una langosta quisiera ser mosca. Y así fue como Manolo anduvo durante un par de meses con unos vidrios redondos colgando de la cabeza en forma de anteojos, unas alas inventadas y un estúpido zumbido que molestaba hasta las hormigas. Su madre se comenzó a preocupar cuando lo vio sobrevolar por los basureros de la plaza en búsqueda de mugre.
Manolo olía mal, y su zumbido ponía de mal humor a todos los bichos.
Por suerte esta locura se le pasó, cuando reposando en un chupetín tirado en el césped, se le acerco un Moscardón con intenciones más profundas que la mera amistad. La pobre langosta salió saltando como pudo, arrancándose los anteojos y desprendiéndose las alas. Jamas volvió a intentar ser mosca. Se que durante algunos días ni si quiera salió de su nido.
Pero acá no termino su historia. Luego de terminar con la temática de la langosta - mosca , Manolo volvió al ataque con otra estupidez.
Sentado en su cantero, mientras intentaba tararear algo de Nirvana, viendo a los seres humanos pasar., le comenzó a entrar una inmensa curiosidad que lo llevó hasta la locura. Se paso unas cuantas semanas observando a hombres y mujeres pasar por su lado escuchando música..
Y esta langosta, que habiendo nacido en junio era de Géminis, y por eso más que testarudo, terco. Se le metió en ese cerebro, del tamaño de una semilla de mandarina, la idea de escuchar el también música, pero usando un walkman.
Así fue como se puso en campaña, y despertándose a las siete de la mañana, intento un par de veces revolotearle por la cabeza a los chicos que pasaban con su walkman rumbo al colegio. Pero se dio cuenta que era vano su esfuerzo, no conseguía escuchar nada.
Una tarde, mientras chupaba un caramelo en el banco de la plaza, un gordo se le sentó al lado. La langosta como buena observadora, y curiosa, se percató que el hombre llevaba puesto un walkman. Entonces decidió trepar cuidadosamente por las tachuelas de la campera sin pincharse, se lanzó de un salto a una de las cadenas que le colgaban de un aro, y comenzó a trepar hacia la oreja con la intención de robarle un auricular. Estúpido Manolo que no se dio cuenta que era imposible. Pero para su inmensa sorpresa el heavy metal se sacó los walkman y los apoyó en el banco.
Manolo que seguía intentando su frustrada idea, se lanzó de un solo salto al walkman, y metió su cabeza en uno se los auriculares. Vaya fiasco que se llevo cuando no escucho ningún ruido saliendo del walkman.
Entonces se acordó de sus clases de "Entendimiento de la raza humana", y por alguna analogía rara se le ocurrió subir el volumen al máximo. Pero igualmente no salía ninguna canción del aparato.
Se le ocurrió finalmente oprimir uno de los botones grises, y saltando con todas sus fuerzas presiono el botón de Play. Pobre Manolo como quedo después de escuchar un grito satánico de Iron Maiden. El pobre no se percató de la posibilidad de que la música estuviera demasiado alta para su capacidad de bicho.
Al pobre lo enterraron en el cementerio de la plaza. Contaron que se murió del susto cuando la música lo despidió 5 metros. Toda la comunidad fue a la ceremonia, más que por deber, por curiosidad.
Ahora hay en la Plaza Las Heras, junto al cantero de malvones una placa en honor a Manolo: "En el fondo Manolo era gato".


La fama de Tony

Esta es la historia de Tony, una vaquita de San Antonio que vivía desde hacia 2 semanas en un balcón de Palermo, donde le alquilaba a Marta una vieja y chismosa cucaracha, una habitación en la maceta de malvones.
Tony no era un bicho cualquiera, ni siquiera tenía los mismos colores que pueden llegar a tener las demás vaquitas. Tony había nacido de color blanco, pero al cumplir 5 días de vida se había transformado en un raro bicho de color amarillo y negro. Pero para mayor desgracia, estos colores eran fluo.
Aparte de ser feo, Tony no tenía muchos amigos. Su único amigo era una abeja travesti de nombre Alicia que había conocido en San Telmo cuando aún Alicia se llamaba Diego. Alicia había sido un gran apoyo para Tony, aunque se peleaban demasiado. Tony no se sentía tan bien con su aspecto, por lo general se pasaba el día entero en la maceta de malvones, y Alicia, que era una abejita de mundo, detestaba cada vez que Tony se deprimía y se escondía en su maceta. Ella, o él, prefería salir a volar por los edificios y picotear a cualquiera que se sentara en un banco de la plaza.
Una vez Tony le comentó a Alicia que su mayor anhelo era tener una banda de rock,. Es más, ya había planeado que le pondría de nombre Lucky, y tendría baterista, y guitarrista, alguien que tocara el bajo, y la flauta, y el violín. Y el cantaría música pesada.
Alicia se alegro por Tony, finalmente no estaba acomplejado por sus colores. Entonces decidieron empezar a buscar los integrantes de la banda. Primero encontraron a Laura, una garrapata que sabía tocar la batería a pesar de sufrir una fatal adicción por la sangre canina, cuestión que la tenía en tratamiento. Pero Laura era la mejor de la ciudad, y estaba dispuesta a integrar la banda. Ella misma fue quien le sugirió a Tony que buscase a El Gringo para la guitarra, era un cien pies que tocaba para vivir en un barzucho del puerto. Este aceptó la propuesta.
Luego aparecerían los melli, dos gusanos verdes de la lluvia, Ramiro tocaba la flauta dulce, y Rúben el violín. Y finalmente apareció Dizzy, un piojo aventurero que tocaría el bajo.
Así se formó Lucky, la banda que luego haría furor en Palermo. Tony se sentía finalmente orgulloso de todo lo que había logrado, y además se había dado cuenta que tenía unas cuerdas vocales privilegiadas.
Fue así como la banda se reunió un domingo y practicaron su primer canción que había sido escrita cuando Tony estaba deprimido. Esta canción, "Cerebro Licuado" llego al rankig Top 40 y en todos lados se escuchaba la voz de Tony…
Fue así como Tony subió a la fama y se hizo ultra famoso, tan pero tan famoso que firmaría un contrato con Sony por 5 meses. Tony estaba felizmente multimillonario. Había abandonado su maceta de malvon y ahora vivía con Alicia en el Pen House del Sheraton.
Pero no todo fue de maravillas, Tony entro en la adicción de alimentar su ego constantemente, y ya hasta le era insoportable a Alicia aguantarlo, razón por la cual ella lo abandonaría un buen día, dejándolo solo con sus fans. También llegó el alcohol, y luego las drogas.
Tony fumaba constantemente, tenia su habitación llena de espejos, y obligaba a sus empleados a que se vistiesen de negro y amarillo. Tony se estaba quedando solo, muy solo.
Un buen día decidió ir en busca de Alicia, pero ya era tarde, Alicia estaba viviendo con Rúben, eran pareja.
Tony cayo de nuevo en su gran depresión, no supo controlar la fama. Lo abandono todo y se fue al campo. Jamas nadie supo nada de él, sin embargo aveces se escucha en Entre Ríos a una banda que suena como Lucky.


La medicina del sapo Sebastián

Esta no es una historia como cualquier otra, esta fue la historia de Sebastián, un sapo que vivía a orillas del Paraná, en una roca, con su hermanita menor, una ranita más que presumida de nombre Sabrina.
Sebastián, era un sapo verde con una lengua roja bien pegajosa pero había nacido sin saber croar. Este sapo de alta familia, provenía de la crema de la sociedad, con antepasados que estaban en libros de historia de sapos.
Su abuelo Alberto había casado la mosca más grande en 1906 de solo tres saltos, su abuela Carmela había nadado desde Buenos Aires hasta Rosario en contra de la corriente a pesar de los vientos. Sus padres, grandes aventureros estaban dando a vuelta al mundo en una caja de zapatos reforzada con plástico desde hacia cinco meses.
Y Sebastián se encontraba desepcionado con sus propias cualidades, ni siquiera sabia croar. Sabrina, su propia hermana tenía el croar más agudo de toda la comarca, y era reconocida por ello. Estaba en el coro de las Ranas de Viena, aunque cuando escribí esta historia había venido a visitar a su hermano al Río Paraná.
Cuando era chiquitito Sebastián había intentado croar, pero solo salió de su boca un ínfimo suspiro a pesar de todas las fuerzas que había puesto en su angosta garganta. Luego lo volvió a intentar después de haber hecho gárgaras con huevos de moscas molidos, pero nada salió de su garganta, excepto por un espantoso olor que le llevo seis horas quitárselo con hojas de eucalipto.
En búsqueda de una medicina para su desgracia, Sebastián partió del Paraná rumbo a la gran ciudad. Sabía que allá encontraría a los mejores médicos. Tenía referencias sobre un tal sapo Colmilló, y sabía que como última esperanza podría ir a la fonoudióloga, cosas que en Paraná no habían ni por casualidad.
Partió Sebastián después de despedirse de sus abuelos y hermana. Y saltando piedrita tras piedrita, y luego de mucho andar, Sebastián llego al pavimento.
Le alquilo a Sonia, un pejerrey venido a menos, una roca en el riachuelo a la altura de San Isidro, y luego de recibir explicaciones sobre como llegar a la capital, emprendió su viaje.
Primero tuvo una cita con Colmilló, este gran y gordo sapo verde, con verrugas en la cara. Sebastián le comentó sobre su situación, mientras el doctor le pedía que abriera la boca, que sacara la lengua, que la moviera, que la estirara, que la achicara, que la torciera, que la enroscara. Y mientras más lo revisaba, menos esperanzas iba teniendo Sebastián para aprender a croar.
Colmilló, como buen médico que era, le explicó que era un problema que tenía en la pata derecha, y que se tendría que sacar sangre, y hacer análisis de orina, y una tomografía computada. Pobre Sebastián que no entendía nada.
Y así salió Sebastián del consultorio de Colmilló, con un pinchazo en su patita derecha, y cargado de análisis. Solo le habían recetado unas pastillitas de azúcar y se suponía que sabría croar.
Contento Sebastián, y con gran entusiasmo se comió el paquete entero de pastillas, se fue saltando rápidamente a orillas de un charco de agua, y cuando llegó la noche, con todas sus fuerzas intentó croar…pero no salió nada de su bocota verde, nada, absolutamente nada, ni siquiera un suspiro.
Pobre Sebastián, que no solo disconforme estaba con sus pastillas de azúcar, sino que también se había indigestado.
Sin pensarlo mucho, al día siguiente sacó turno para ir a la fonoudióloga. A las ocho de la mañana ya estaba en el consultorio de Teresa, una rana sensual, con un ínfimo delantal blanco y los dos primeros botones desabrochados. Sebastián supuso que esta vez lo lograría.
Teresa le recomendó que se tenía que relajar, ya que ella sabía hacer croar hasta a un bicho de luz. Fue entonces cuando Sebastián comprendió que ella era su última posibilidad para croar.
Teresa le pidió que saltara, y Sebastián salto, saltó tres pasos hacia adelante, cinco hacia atrás, levanto las patas, rodó. Luego Teresa le pidió que abriera la boca, y ella le metió un palito para ver sus cuerdas vocales. Sebastián aprendió a respirar con el estomago, y así cuatro horas más.
Sebastián salió exhausto del consultorio, pero estaba alegre, supuestamente ya sabía croar, y esa noche cuando salgan las primeras estrellas estaría listo con una grabadora para grabar su primer y gran croar.
Listo, y a orillas del charquito de agua y en posición de croar, tomó aire, lo guardó en su estomago, abrió la boca, sacó la lengua, la estiró, y sujetando fuerzas con sus dos brazitos soltó el aire acumulado en su estomago, pero para cuando atravesó su boca ningún ruido había salido de su garganta. Lo intentó de nuevo, y otra vez más y nada, nada, no salía nada a pesar que usara la técnica mas avanzada para aprender a croar. Estuvo toda la noche, pero fue un fiasco, Sebastián aún no sabía croar
Decepcionado de la vida, Sebastián partió de regreso al Paraná, dejó atrás su piedrita del riachuelo, y saltó hacia sus pagos.
En le camino necesito ahogar sus penas en un bar de mala muerte. Sentado en la barra le pidió al cantinero tres vasos de cerveza, (si cerveza humana). Estaba totalmente predispuesto a emborracharse. Fue así como Sebastián se tomo todas sus cervezas, y luego una botella de whisky.
Comenzó a sentirse mal, el cantinero había empezado a dar vueltas en su cabeza. Sintió un trueno en su estomago que rebotaba en todo su interior. Algo raro le estaba pasando. Tuvo la necesidad de sujetar su barriga con ambas manos, algo adentro se estaba moviendo, algo estaba cobrando vida propia, esto se movía y retumbaba en su cuerpo. Luego sintió ese algo raro trepar por su traquea de a poquito, muy lentamente, chocándose con los lados, y para cuando llego a la boca, Sebastián la abrió y despidió el más gran croar que antes ningún sapo había escuchado. (Sebastián estaba borracho, y aunque los sapos poco sepan de la cerveza, Sebastián había eructado, aunque el jamas lo sabría). De todas formas había sonado como un croar.
Y fue así como Sebastián cargó con unas docenas de cervezas sobre su lomo, y borracho saltó de roca en roca rumbo a casa, aunque se perdió un par de veces llegó seis días después.
Hoy Sebastián tiene el vicio de la cerveza, pero esta contento en su roca. El piensa que sabe croar.

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