Lo ilógico

Ahora me paso toda la tarde pensando que el teléfono ya no interrumpe la cena. Y me pregunto a quien habrá vendido la luna que le regalé. Y en la calle me he olvidado siempre todos los paraguas.
Abro la ventana de mi casa y escucho como me llaman todos aquellos a quienes perdí, y también los paraguas tienen voces y las monedas y mis papeles.
Enchufo la licuadora y bato las claras de un huevo. Mezclo harina y azúcar y todavía me aburre no escuchar el teléfono.
Abandono la cocina y me tumbo en mi sillón. Ojeo revista y encuentro un mensaje: “Vendo una Luna. Llamar al 4521-5656. Preguntar por Sebastián.”.
“Hola, llamo por la Luna, ¿estaría Sebastián?”. “Si, yo soy Sebastián”. “Quiero tu luna, ¿a cuánto la vendes?”. “Te la devuelvo”.
Y esa tarde moví mi cama a la ventana. Corrí las cortinas. Busqué el teléfono y me senté a ver como salía mi luna.
Suena el teléfono.
“Hola” dije. Alguien respondió: “Asómate a tu ventana que en cinco minutos te dedico la luna de esta noche”.
Asome la cabeza y copié el atardecer. Era el mas naranja, el mas amarillo y el mas silencioso.
Y el teléfono volvió a sonar.
Solo dije: “Gracias”.
Y me tire en mi cama con el cuello doblado hacia la luna pensando lo raro que se siente tener una luna y no poder tocarla.

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