Noche urbana

Se tomó su tiempo recostado entre las sabanas sucias sudadas por el calor de su cuerpo. Solo se escuchaba el segundero del reloj en el silencio de la habitación. Observando la oscuridad de la noche con la cabeza apoyada en la almohada, alguna luz de la ciudad se colaba entre las ranuras de la persiana y dibujaba en la pared las figuras de los autos que pasaban por la calle.
También habían voces pero no se entendía lo que decían, a las palabras se las llevaba el viento, solo las risas quedaban flotando en el aire y se oían hasta el cuarto piso, eran perturbadoras, risas de amigos, de borrachos, de hombres y de putas.
Se levanto de su cama tirando las sabanas al piso, hacia calor y había mal olor. Agacho la cabeza, y en la oscuridad estiro su brazo buscando un pantalón azul del día anterior, una camisa mal doblada que estaba en una silla, unas medias blancas, zapatillas, y cien pesos en la billetera.
Busco un papel, una lapicera, y sentado en el piso apoyado contra la pared, escribió algo. Lo guardo en un sobre sin destinatario y lo metió en el bolsillo del pantalón.
En el baño se limpió lo que pudo, arraso al mal aliento con un cepillo y pasta de menta, mojo sus pelos grasosos en agua y los peinó sin sentido. Se lavó la cara con agua fría y después las manos con jabón sin perfume, pero la toalla apestaba y no advirtió que ese olor a humedad quedaría impregnado en su cuerpo cuando terminó de secarse.
Cerró todas las puertas que iba dejando atrás bien despacio para que nadie oiga su huida, y salió tranquilo a la calle para buscar su camino en la urbe.
La noche es bella, tan negra vestida que parece de duelo, no hay estrellas en que fijar sueños , ni una luna en que pensar. Solo lo oscuro que se parece a la nada, asfalto duro, veredas con sexo, y luces falsas para iluminar la mierda en que nos movemos, vivimos. Y gente que va sin mirar, con la mente vacía, corrompida por la vida, buscándole un sentido al esfuerzo diario que se hace por respirar y comer.
Mujeres vestidas de ninfas del placer, con polleras ajustadas, tan minúsculas entre las caderas que ya ni insinúan porque dejan ver lo que venden, tacos altos y gastados por el oficio del cuerpo, labios exaltados en pintura roja con saliva que huele a éxtasis. Pelos rubios, morochos, sueltos o atados, que se mueven en campana, en armonía con el vaivén del cuerpo. No huelen, sino que apestan a perfume barato, apestan a colchones de hotel, apestan a cuerpo oxidado.
Pero sin embargo ahí están, siempre están, siempre existió este edonismo por complacer al cuerpo de placer. Pensó en ellas, un año atrás le hubieran dado repugnancia, asco, ganas de vomitar, pero hoy alimentan sus pensamientos.
Aceleró el pasos y evito sus cuerpos.
Hacia dos horas que estaba caminando por la ciudad, y se había topado con todo tipo de desgracia humana. La noche tiene una manera tenue de sacar a relucir lo que durante el día se esconde en habitaciones de hoteles, en lo mas bajo del barrio. Y con el silencio y la humedad de la noche, salen como ratas a alimentarse los deseos del cuerpo, como bestias, sin modales, sin valores, sin reglas.
Había cruzado la calle cuando se dio cuenta que una figura oscura, desde la calle del frente le venia siguiendo el paso. La vereda estaba vacía, apenas algunas luces iluminaban las baldosas rotas, pero no había gente caminando, ni siquiera algún sereno.
Un escalofrío le atravesó la columna vertebral al sentir esa presencia extraña casi en sus espaldas. Hacia cinco cuadras que lo venia siguiendo y el no había podido escaparse. Doblo a la derecha en la cuadra siguiente buscando algún bar para esconderse y refugiarse, pero al hacerlo casi bruscamente como intentando correr pero evitando el miedo, sintió que una mano le tocaba la espalda.
Su corazón casi al borde de una explosión de sangre acelerada en colapso con las venas mezcladas en nervios caldentes, sintió su cuerpo casi caerse cuando el miedo y la reacción a lo desconocido le obligaron a darse vuelta para saber quien tocaba su espalda.
Lentamente, con el pecho presionado por los pulmones acelerados, doblo su cabeza para responder al llamado. Supuso lo peor, quizás algún ladrón dado vuelta por el alcohol o droga, cuentas pendientes no tenia, ni tampoco enemigos, su vida era muy ordinaria como para darse el placer de sufrir de esa adrenalina que te mantiene alterado. Ni siquiera había tenido malos pensamientos hasta esa misma noche cuando lo conoció a el.
Al darse vuelta, casi resignado a encontrar un arma blanca a punto de cortarle algún pedazo de su carne, casi temblando, con ninguna intención de defenderse, como resignado a las circunstancias, como el cobarde que era.
Un hombre de altura lo tomo del brazo ágilmente y le entrego un sobre blanco. Atolondrado por el momento, no entendía nada, pero casi involuntariamente y por reflejo recibió aquel sobre.
Tenia los pensamientos confusos, como si estuviera delirando, estaba atravesando por el limite que te lleva del miedo a la exaltación del peligro verdadero. Le tomo apenas unos segundos volver en si y entender lo que pasaba. Era casi imposible de explicar lo que le había ocurrido, jamas en su vida había sentido tanto miedo en su cuerpo como cuando se dio vuelta para conocer a la persona que lo venia siguiendo. Jamas antes había sentido ese mismo escalofrío, como si la muerte misma hubiera ido ocupando su cuerpo a través de sus venas. Fue todo lento, y sin embargo no había pasado ni un minuto.
-Disculpe, supongo que lo asuste, pero creo que se le cayo este sobre. Fue lo primero que dijo el. Casi perturbado por la mirada penetrante de ese hombre, busco con la vista el sobre para poder reconocerlo a pesar de la poca luz, y solo respondió, - Si, creo que si.
-Se le cayo cuando trato de esquivar a las prostitutas, creo que cuando le robaron la billetera se le cayo del patalón este sobre. Intente alcanzarlo antes pero usted camina muy rápido y … como cortando el dialogo metió su mano en el abrigo y saco una billetera de cuero marrón, -creo que es suya.
-Usted tendría que disculparme, fui yo quien penso mal de usted. Supuse que venia a robarme, ni siquiera sabia que me habían robado… metió sus dos manos en el bolsillo del pantalón a manera de demostrar que no sabia nada de lo ocurrido. -Que coincidencia que usted viniera detrás mío, otro no me hubiera devuelto nada.
-No creo que sea una coincidencia, yo debía encontrarme con usted esta noche. -… per, pero yo no lo conozco. Respondió atónito.

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