Crimen a la luz del día

Basta Lo confieso, fui yo। ¿Perdón? Es verdad, tengo 30 años y me pueden juzgar por haber actuado de manera inmadura pero, ¿quién me puede culpar? Llegué al límite de creer que quiero ser actriz para tener una vida como en las películas, y es absurdo। No me interesa actuar y no quiero tener una vida al estilo Hollywood, esa es mi farsa para evadirme.

Lo peor es que me he vuelto adicta a las revistas y a la televisión. Yo no era así, no era de ninguna manera pero tampoco así. Es verdad que algunas nacemos con instintos maternales y nos gusta que nos dé el vapor del guiso en la cara; otras con esa nube de profesionalismo ambicioso, las uñas siempre pintadas y cien tacones para elegir. Y otras tan solo nacemos perdidas, y ahí estaba yo sin encajar. La versión opuesta a todo lo que había planeado ser.

Una periodista frustrada que administraba una inmobiliaria, y lo más cercano que había llegado a una redacción eran los clasificados de las casas en venta que tenía que redactar. Además creo que si alguno de ustedes hubiese estado en mi lugar hubiese actuado exactamente como yo lo hice.

¿Si siento culpas? No, no siento ninguna culpa y volvería a repetir todo de nuevo porque en este caso tengo todo el derecho de matar por defensa propia. Era mi vida o ella.

Me tenía amenazada las 24 horas del día. Inclusive antes de que suene el despertador me tenía con un ojo abierto pensando en la oficina. Había dejado de soñar, hasta el pelo se me empezó a caer y me salió un salpullido en el cuello. Tenía granos con pus en la cara y ojeras. Unas terribles ojeras negras que me desfiguraban la sonrisa. Estaba estresada y tenía ataques de nerviosismo, hasta me obligó a tomar pastillas para tranquilizarme.

Tomando pastillas para tranquilizarme a los 30, de seguir así hubiese tenido una úlcera en dos años. ¿No lo ven? Lo hice en defensa propia y matarla fue una de las sensaciones más deseadas, placenteras y planeadas de los últimos dos años.

Matarla fue fácil. Sabía cómo funcionaba, se despertaba a las 7, desayunaba cuando se acordaba y salía a la oficina. Trabajaba hasta las 11 y bajaba por un café con leche siempre al mismo bar. A las dos almorzaba y a las 4 volvía a trabajar hasta las 6 o 7. Cuando llegaba a su casa estaba tan cansada, por lo general con dolor de cabeza por pasarse tantas horas frente al ordenador. No leía porque no lograba concentrarse, pensaba en todo lo que tenía pendiente para el día siguiente en la oficina y le entraba un escalofrío por la columna que la dejaba tonta.

No salía a pasear porque estaba demasiado cansada, hasta lenta. Los sábados y domingos si es que no tenía que hacer algún trabajo de la oficina le tocaba limpiar la casa, lavar la ropa y cocinar algo para la semana.

Era fácil encontrarla, todos los días eran iguales. Nunca nada nuevo, diferente. Una vida sin grandes aspiraciones ajustada a las agujas de un reloj y manipulada por un jefe histérico, obsesivo y compulsivo. Ahora que lo pienso… le hice un favor.

No, no lo planeé sola, me ayudó Patricia. Sí, mi amiga de la universidad. Ella sabía todo, es más creo que gracias a ella me di cuenta que lo tenía que hacer. Sacó los pasajes, dos boletos en bus así no tenía manera de volverme atrás.

Soy de esas que cambian de opinión a último momento, así que decidió invertir el dinero que teníamos en ese pasaje. No tenía otra que subirme a ese bus. Lo curioso es que ese viernes me desperté relajada. En las películas se despiertan sobresaltados y sudados.

Yo estaba hecha una seda y feliz. Estaba por primera vez en mucho tiempo sintiéndome feliz. Ese viaje me hacía feliz. Era finalmente una persona feliz, ¿cómo podía sentir culpa? Imposible.

Cuando llegué a la oficina el jefe llamó para decir que no iba a venir. Nada podía salir mal. Estábamos las dos solas y el bus salía a las siete de la tarde. Lo tenía que hacer a las cinco y media para tener tiempo de pasar por mi casa y buscar las maletas.

No podía levantar sospechas. Patricia llamó a las cinco y cuarto para ver cómo venía todo y darme fuerzas. Quizás porque estaba demasiado ansiosa no pude esperarme hasta las cinco y media, sin medirlo para las cinco había terminado con ella.

La destrocé en menos de cinco minutos, primero la ahorqué con ambas manos y me asombré de toda la energía acumulada que tenía adentro. Aguantándome todos estos años mientras ella me comía la cabeza. Me miró con los mismos ojos de siempre y a medida que la hacía desaparecer recuperaba mis energías.

Ella me había consumido, me había transformado en su esclava y lo peor es que me llevó años deshacerme de ella. No dejé huellas, sólo una carta, sabía que el jefe la leería el lunes por la mañana.

Patricia estaba esperándome en el lugar acordado de la Terminal, me sonrió y le devolví la sonrisa. Además de amigas, ahora éramos cómplices. El bus salió rumbo a Sevilla y pasamos el verano en Andalucía.

No me arrepiento de nada। Tenía que ser así y valió la pena. Necesitaba aires nuevos para volver a repensarme, un verano en la playa y la mente en el agua salada. Me contaron que el lunes siguiente mi jefe se desayunó con mi carta, hasta la leyó en voz alta a los otros empleados como mal ejemplo. "Acabo de matar a mi rutina. Me voy a Andalucía a pasar el verano para recuperar el tiempo perdido. Post Data: La vida se vive una sola vez". Les envié una postal desde Sevilla.

Luciana Salvador

3 comentarios:

Anacleta dijo...

Mis mas sinceras felicidades por su asesinato...

Poly dijo...

Heroína como siempre!!!! no sólo era una necesidad sino una obligación, matarla y rematarla para que nunca más vuelva.
Genia!!!

Leandro Frigoli dijo...

gracias por tu ejemplo y descisión, vivir la vida es ser feliz. Y la felicidad de hacer lo que nos resulta amigable nos hace libre..

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