Mi oda a Asia

Jacob Aue Sobol
- ¿Puede pasar?
- Sí, claro que puede pasar. A mí me pasó.

(...)
-¿Cómo se siente?
- Como cuando se enamoran dos amantes. Igual.

(...)
- No pude no enamorarme.

Cuando te vi me enamoré. Sabía que pasaría así, lo intuí a kilómetros luz de distancia y por eso te dejé enroscar en mis pies y cabeza apenas te toqué. Nunca me hubiese resistido, lo quería así. Tal cual. Y te quedaste con todos mis gustos como si un rayo hubiese reseteado mi cabeza apenas te pisé y también todo lo que sentía antes. No hubo rincón de mí en el que no entraste y por eso me quería quedar ahí para seguir enamorándome, porque quiero más.

Enamorándome de este lugar acertado que no es el mio pero podría serlo. Serlo naturalmente, como si el cuerpo se hubiese dado cuenta que encontró donde dejarse reposar, dejarse estar. Sentarse y ver pasar a millones de personas. Empaparse de arroz en todas sus formas. Inundarse de ese olor inmundo pero al que se acostumbró. Incluso ahora extraña.

Perderse, sobre todo perderse en el tiempo. Un segundo ahora y dos más tarde miles atrás. Viajar con la mirada, con el olfato, con la necesidad de tocarlo todo, incluso acercarte a la piel para que me acaricies.

Apreciar que cada rostro es diferente, el brillo de los rojos y el amarillo. Los ruidos que aparecen de repente como los sabores, los diferentes dulces de las frutas, el tacto de las algas en la lengua. Una sonrisa y cientos de palabras a su alrededor que no voy a entender nunca.

Y yo sonrío como respuesta.

Hablo con la sonrisa, no se que decir pero si sonrío se ve que lo digo todo.

Me pierdo en sus ojos rasgados y ellos en los míos quizás porque son grandes. Me tocan y siguen hablándome, me invitan a una foto, nos abrazamos.

Los abrazo porque me dejan.

Los toco porque me gustan.

Sonrío de nuevo pero a la cámara. Me pregunto en cuantos álbumes familiares apareceré por no tener los ojos rasgados. Entenderán mi sonrisa, esta que les dedico para decirles que tengo una oda para Asia en mi cabeza, que me da vueltas. Que me marea, que me enreda, que no quiere que me vaya. Que quiere que me quede, que me acaricia los sentidos y todas las posibilidades de una excusa para quedarme ahí, con ellos.

Que podría ahogarme en una taza de té toda una tarde y sentirme en casa mientras imagino que en otra vida, tal vez en otra vida, quizás era de aquí.


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