Las arrugas que no arrugan a Carmen

De todas las cualidades, la del pergamino es con la que Carmen se quedó hoy cuando se miró al espejo. Un cuerpo gastado y por haberlo gastado se le había arrugado y apenas lo notó un buen día, un día cualquiera cuando se despertó más vieja que de costumbre y no se reconoció en el envase añejado que la vestía cuando se desvestía.

Y se sintió vieja.

Vieja por primera vez a los 84 años y eso que luce arrugas desde hace más de 50 y canas desde hace 45.  Pero fue hoy y pasó quizás por alguna reflexión mal solucionada en un sueño feo que quiso maltratarla de día o por un bajón de la naturaleza, o el simple instinto de supervivencia que se dio un respiro de 24 horas y por eso hoy Carmen está vieja.

Vieja y arrugada como un pergamino, igual que ayer pero hoy se siente vieja y ayer no y mañana tampoco.

Más vieja que de costumbre y por sentirse vieja se vuelve doblemente más vieja. Vieja hasta que le llegue de nuevo el subidón, ese que le mantiene la mente sana, sana pero sobre todo joven. Ese subidón de azúcar y de adrenalina que le guarda las ganas intactas como cuando tenía 18 pero con la ventaja ahora de la experiencia.

La experiencia de los hijos y de los nietos, del amor que llegó y partió, de la casa comprada junto a él, las amigas eternas que son eternas amigas. Los kilos de más que dejan de pesar y el placer de los dulces y el sabor salado del mar, del bikini amarillo, del escote usado, los hombros que se achican, las manchas que aparecen. Las tetas que caen y es natural que caigan. La necesidad de la risa aunque sea forzada.  Un café con leche a cualquier hora y pastillas para pegar los ojos. El tiempo que va deprisa cuando hay cosquillas y la necesidad de aferrarse a una ilusión. A cualquiera pero aferrarse para no dejarse dejar. Estar. Irse.


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