El viaje de Mariana a las líneas de su mano

Aëla Labbé

Triste melancolía la de los días grises después de los colores del calor (...) Y así empezó todo.

Un rayo de sol de verano que se ha vuelto otoño a las ocho, cuando anoche se hizo de noche. Cuando se le puso oscuro el corazón y de tan oscuro, negro. Desafinado. Con penas.

Con ganas de un vuelo espacial a otro planeta, empezar en otra galaxia. Mudarse a un punto incierto donde pueda volver a probar sin miedo el fondo de las sensaciones y dejarse desbordar por los vicios, nuevos y viejos.

Un viaje. Sí, un nuevo viaje a poder bajar libre al fondo de su tierra y caminarse las líneas de su mano sin importar si solo sabe quererse de a ratos.

¿Luego?

Después remontarse en su tormenta de luz y de luz apagada.

Escandalizarse.

Irritarse.

Enojarse.

Gritar (...) Gritar para sacarse de adentro todas las broncas cuando se desnude de una vez por todas en la cara de su presente, desnuda para librarse.

Y librarse, de una vez por todas -de una vez por todas, de una vez por todas-, de esas ganas absurdas que tiene Mariana por dibujar castillos flotantes en el fondo de su ojo marrón, sabiendo que cada vez que pestañea, lo rompe.


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