La tertulia de Benicio y los insectos

Después de dormir 8 horas seguidas como todos los días se despertó cansado. El reloj pegó su rutinario grito a las 6:35 dejando exactos cinco minutos para calentar el agua para el café. Diez para una ducha y cinco para vestirse. Hacia las siete pasaba el colectivo que lo llevaba, religiosamente, de lunes a viernes si es que no había cortes de ruta, al centro. Mas precisamente a la parada de la 9 de Julio, frente al monumento del Quijote.

Benicio tenía el mismo nombre que su padre, jubilado del ministerio de economía. Y de su abuelo, aunque a ese lo habían conocido más por “Don”. Para el caso, este Benicio, el del 2007, vivía en un departamento de dos ambientes. Tenía una novia que no quería todavía que se mudase a su cama, y cargaba con el peculiar hábito de coleccionar insectos. De todos los tipos.

Benicio hubiese preferido ser biólogo o veterinario, pero eligió la carrera de contador. A sus 37, todavía seguía con la duda que acarreaba desde los 18 en cuanto a si había elegido bien su profesión. Quizás por esta cuestión se permitía algunas extravagancias muy raras y que intenta ocultar frente a sus amigos: una terrible pasión por las hormigas, cucarachas, ácaros, termitas y polillas.

Benicio no solo admiraba esos insectos, sino que empezó a rendirles cierto culto autoinventado. Su departamento era, aunque limpio, una cuna de cucarachas. Y de todos los modelos incluyendo las voladoras. Si aparecía una caminado por la mesa, el se detenía a observarla. Lo obsesionante es que se podía quedar horas y además tomaba apuntes.

Su hobbie ciertamente no cuadraba mucho en la fotografía que se había colgado en una de las paredes de su oficina. Quizas para terminar de convenserse que esta tenía que ser tu vida y no la otra que no eligió. En el retrato estaba Benicio padre con Benicio hijo abrazados, con título en mano. Todavía podía sentir las palmadas de aprobación de su padre y el rechazo que simultáneamente le causa su vida de contador público.

A las 12:55 acomodaba su escritorio y salía a una de las plazas chicas que hay por el centro cerca de la 9 de Julio. Habitualmente almorzaba un sándwich de jamón cocido y queso y ensalada de fruta. Se recostaba una media hora a descansar sobre algún banco o sobre el mismo césped.

Ese día en particular Benicio se sentía raro. Un leve mal estar en la boca del estomago no lo dejaba tranquilo, y ciertas molestias en los músculos del cuello le generaban dolor de cabeza. Decidió mejor dedicar la hora entera del almuerzo a dormir. Camino hasta la plaza y se recostó sobre la gramilla. Estaba a punto de entrar en el trance previo al sueño cuando sintió que una hormiga le subía por uno de los dedos de su mano derecha. No se movió. Prefirió mantenerse inmóvil y dejar que el insecto siguiese su camino sin obstáculos.

Dedo índice, palma de mano derecha, muñeca y después de subir por el brazo y debajo de la camisa, llegó al pecho. Benicio permanecía paralizado ante la sensación del insecto acariciando su cuerpo, se sentía atrapado por los pies marcando un ritmo ágil y rápido sobre su piel.

Benicio mantenía los ojos cerrados cuando la hormiga se frenó. Benicio espero unos segundos para ver si la volvía a sentir. Para cuando llevaba un minuto el bicho empezó a moverse de nuevo. Benicio se sumergió nuevamente en las sensaciones que le venía generaba el insecto. Habían pasado otros 2 minutos cuando la hormiga se detuvo y picó a Benicio. Esa tarde Benicio no volvió a la oficina.

Por la noche la policía notifico al juzgado correspondiente el hallazgo del cuerpo sin vida, en una plaza porteña, de un individuo de alrededor 35 años, indocumentado y bien vestido. La autopsia notificó unos días más tardes que Benicio murió por alergia.

Definitivamente, Benicio era alérgico a las hormigas.



Luciana Salvador

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