Saul Leiter |
Labios rojos, rojo carmesí.
Ese rojo sangre estridente que tanto te gustaba para dibujarte una puerta preciosa antes de entrarte al rincón de tus sabores. De tus excesos. De lo que no te sobra y regalabas.
Vuelve a probar la caricia del encaje sobre la piel limpia de los hombros y tu cintura. El elástico que te marca cuando te vuelves desnuda.
Cuando la tela se afloja y se vuelve el arreglo cosquillas.
Deslízate aunque sea una vez más y de todas la última, a la intimidad de las medias de seda subiéndote por el talón, por las rodillas, el muslo, el culo.
Así es como tiene que ser, Josefina.
Por eso (...) vamos a ver qué tal te sienta el recuerdo de tu cuerpo. De tu cuerpo entero cuando lo disfrutabas sola. Sola y sin esconderlo.
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