Sobre clorofila y el Tíbet

Hace mucho tiempo, cuando el Tíbet ni siquiera era Tíbet, la clorofila de las plantas cambiaba más de una vez de color al día. De eso hace años, tantos que ni los libros de historia lo mencionan y por eso no sabemos de esas historias. Cuando tenía seis o siete años, Y había generado una persistente obsesión por sacar de cada flor su color, descubrí eso del Tíbet y lo que le hace el alcohol a las plantas. En frascos de vidrio conservaba como un verdugo el poder que la clorofila le otorgaba a las plantas. Luego, cuando se crece ese poder se pierde. Pero no el poder mismo, sino la concepción que tenemos de ese poder. Aún más de grande, cuando se toma distancia de la esperanza y la ingenuidad, me di cuenta que era de la imaginación donde la clorofila creaba sus colores. Su poder nacía en mí. Las cosas cambian con los años, absorbemos tantas cosas que terminamos tan perjudicados. Nunca nadie sabrá que hubiese sido, si de verdad hubiese sido lo que se supone tenía que haber sido. Es complicado. Y cuando nos damos cuenta ya ni nos atrapa la clorofila ni el Tíbet.
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