Amar. Amar sobrepasando todo lo que es
querer, sobrepasando la piel y lo que hay por debajo de los huesos.
Llegar hasta el aire que la infla y de adentro hacia afuera volver a
amar. Eso quería Matilde, amar hasta quedarse sin aire. Vacía pero
sintiéndose viva. Morderse los labios y volver a respirar hondo.
Donar por amor todas sus ganas y también las caricias, las que venía
acumulando desde hace años. Eso buscaba Matilde, obsesionada
con el amor. Con regalar sus besos a cambio de la inconsciencia de
querer con el cuerpo entero y todos los puntos de la cabeza, aunque
sea una vez. Una única vez. Y entonces escupir todos los fluidos
para dejarse atar a los los riesgos. A los inconvenientes de amar con
locura y con todas las fuerzas. Matilde se moría por eso, por
probarlo. Por hundirse en las sensaciones que quiebren, que lo rompen
todo. Que acaban con los ojos y la manera de ver. Con las piernas y
la manera de andar. Con la boca y la manera de amar. Por eso saltó,
para dejarse caer al precipicio pero se confundió. Confundió
abismo con amor.
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