Invitala a un café

Fue encender fuego una cometa en el aire. Su cometa. Colgado del vuelo desde hace un par de meses toca el cielo con las manos cuando lo hace, cuando la encuentra de casualidad caminando sola por la calle. La ve, le sonrié, lo intenta. Y cuando lo hace, cuando lo intenta, le grita en silencio y con todas sus fuerzas que es por ella por quien se remonta hasta las nubes de Córdoba y más alto. Y de tan alto hace semanas que ha pasado las nubes y se ha empezado a quemar con el sol. Se prende fuego en silencio cada vez que la ve doblar en cualquier esquina, le sonrié de nuevo y no se anima. Entonces se incendia todo por dentro y ella no lo sabe. No sabe que por ella se le queman las tripas, las ganas, su mirada, las palabras que no salen, los sentimientos que crecen sin querer y queriendo, y sobre todo se le quema esa sonrisa que le viene dedicando y el corazón. Ese corazón que se eleva hasta el cielo cada vez que la ve y se quema con fuego cuando no puede decirle despacio y al oído que es por ella por quien vuela. Vuela, se quema y se deja caer. Vuela, se quema y se deja caer... vuela, se quema y se deja caer. Caer cuando no intenta llevársela en su cometa. Caer porque las ganas van pesando cada día más, esas que no se saca. Caer porque el miedo lo ata a una piedra de humo pesada, gigante e inmensa que solo existe en su cabeza. Caer cuando intenta arrancarse esa ansiedad que no puede. Caer porque no se anima a empezar el vuelo con ella, empezar con un café.

Olivia, sirena de neón

Olivia es una encantadora sirena de neón que se equivocó con eso del corazón sin condiciones y ahora deambula abandonada, sin querer volver a ser ella. Una sirena de neón peculiar. Particular. Encantadora. Cautivadora. Muñeca de trapo con vestido destrozado, el adorno más bonito que se rompe en la mudanza. Una sonrisa que se hace pequeña con la despedida. Esa sed que nunca se calma, la alegría que se vuelve falsa y lo falso que se hace amigo. Un viaje a otra galaxia en cohete espacial que no sabe a regresar. Esa estrella que deja de brillar. La radio que deja de sonar, una promesa que es mentira. Promesas, promesas y promesas. Hay algunos que hacen de las promesas un oficio. Otros un arte, el arte de prometerlo todo, incluso la luna si es posible. Una luna que se ahoga en una taza de café con leche y se hace media luna. El ventilador que mueve aire caliente, el tren que se pierde como el arroz que se pasa. Ella era esa sirena de neón, la que vivía en una pecera de vidrio con piedritas de color que se han vuelto grises a mediados de diciembre, pocos días antes de navidad. Y desde enero el agua no la oxigena y en febrero las burbujas han dejado de calmarla. Sirena de neón que en marzo seguirá igual deambulando, abandonada de todo lo que solía ser. De Olivia, de su corazón sin condiciones por haber sido incondicionalmente ella.

Copiar a Teresa

Quieta, quieta como la estatua de Colón que hay después de la Rambla, así se quedó pensando lo que empezó a tramar. Y no fue por los canales complejos en los que las mujeres se mueven cuando están dolidas, lo de ella era algo profundo, profundo de verdad y menos dramático. Lo que le sucedió fue demasiado crudo como para poder esquivar la realidad eligiendo el guion de una de esas novelas que pasan por la televisión después del almuerzo. Su venganza no fue una cuestión femenina que se canaliza en un ataque de histeria con el que dejarse explotar, su venganza fue grande. Inmensamente grande y bella. Seguramente que también la hubieses aplaudido. Ovacionado y copiado. Copiar es lo que ahora toca. Copiar a Teresa.
Imitar la venganza de Teresa. Una venganza santa que la santifica por encima del motivo y lo abarca todo hasta llegar a la humanidad. Bravo Teresa, mil veces bravo.
Ves, no fue un impulso de mujer, es algo más complejo y por eso estaba quieta como la estatua de Colón pensando por dónde empezar. Hilando todo para que suceda sin error, sin evidencias a la vista. Sin más dolor que el que toca ahora, el dolor que se lleva al que tiene toda la culpa.
Sin sangre, sin gas, sin asfixias, tenía que hacerlo diferente, ganarle a la lupa del médico de turno pero no sabía cómo. Tampoco cómo entrar sin exponerse, sin saltar a la vista que ella no reza, ni siquiera sabe por dónde empezar a persignarse o como hacerle a las cuentas del rosario. Y todo lo tuvo que tramar sola. La Teresa que trabaja de asistente social en un centro de menores en un pueblo pequeño al que llega el tren, y que tiene siete pacientes que no tienen más de 28 años y 3 de ellos se han confesado. No fue el cura, el que lo hizo es el que limpia después.
Llegó temprano y se quedó esperando el tiempo que duró la misa del domingo. Eran las siete cuando todo terminó, dio una vuelta por el lugar hasta que se encontró con él de frente. Le sonrió, ella respondió y le cedió el paso. El quedó de espaldas a ella, abrió el bolso y sacó una jeringa con un líquido rojo, rojo carmesí. Volvió hacia él y le clavó la aguja en el cuello. No había nadie para ver, nunca hay nadie después de misa por eso él hacía lo que quería con ellos.
La primera reacción es la pérdida de sensación en las piernas y en los dedos, le dijo y él cayó al suelo, la miró fijo sin entender. Sin entender a la mujer fuerte y grande que lo miraba de arriba. Ojos verdes, piel aceituna y con más de 50 años. Una mujer con las cosas claras, con las ideas frescas, con el corazón bien caliente. Tan caliente como para hacer lo que otros no se atreven. Una mujer protectora se leyó en las noticias.
Ahora tendrás un shock anafiláctico y después la contraindicación de una sobredosis dice muerte, fue lo último que Teresa le dijo. Lo último que el escuchó porque después se murió. Tal cual, el médico dio su parte a la policía y el caso quedó cerrado a no ser por la carta que llegó dos días después al editor del diario del pueblo. Nada es lo que se aparenta, leyó. Las palabras abusos de menores estaban subrayadas en rojo y también cómo lo hizo por si otros no sabían cómo curar lo que la sociedad enferma: una sobredosis de B12, la misma vitamina que ella se inyecta todos los meses para evitar un ataque de histeria en su sistema nervioso. Uno de esos ataques que tienen las mujeres cuando la realidad le genera ansiedad, incluso después de una tetera de tila.

¿Cuál portada elijo?

Quiero que me digas cuál te gusta más. ¿Cuál de estas dos tapas te convenció primero? 

Lo llevo a votación y que la mayoría lo decida porque no se cuál de las dos portadas elegir... Es un proyecto pequeño, una antología de un par de cuentos para publicarse antes de San Valentín para San Valentín, historias del corazón y esas cosas cursis que últimamente me encanta describir. Historias sobre cómo las mujeres quieren y dejan de querer para volver a querer. 

Están estas dos portadas y debo elegir una. ¿Cuál te gusta más? ¿Mirando hacia arriba o mirando de frente? Igual estos dos bocetos son un montaje rápido, después se montará mejor. ¿Cuál elijo?





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