Amor con insistencia que Anabel no quiere

Estoy segura que amaste con insistencia. Claro que me di cuenta que lo hiciste, mirame; no te quiero ni ver, le dijo Anabel.

Cuando las ilusiones de Marcela

Sí, se había enamorado una vez de los piolines que movían la circunferencia en la que se subía a surfear las olas de un mar dulce. Y tan enamorada estaba, que de las manos le salieron tantas ganas de tenerlo por tenerlo, acariciarlo por acariciarlo y sus dedos se volvieron enredaderas. Enredaderas que enredaban ilusiones falsas que en primavera daban flores amarillas sin sabor ni olor. Flores de mentira. Flores de juguete, de plástico como las cabezas de las muñecas con las que jugaba a ser mamá y que después rodaban por la habitación. De eso se enamoraba Marcela cuando quería querer, de unas ganas imposibles sin concretar, de algo falso que se inventaba tan perfecto en su cabeza. En su cabeza enamoradiza con antojos propios de su edad, con sueños por atrapar. Con una lista de ilusiones que quizás no se anime nunca a hacerlas realidad, todo por miedo a fracasar.
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