Trocitos de mujer que alguien empuja desde la ventana de un edificio alto y Victoria toda rota cae al abismo, y el abismo se enamora de ella hasta el infinito punto negro, y también punto rojo y más allá donde casi nadie llega. En lo inmenso, en lo insondable y hasta en lo incomprensible le promete cariño. Como un amor que le roza suave el cuello, le explota en la espina dorsal y la deja quebrada y feliz. Victoria también está exhausta y con sed. Y la mujer se deja caer al abismo. Se enrosca a una ilusión, se abraza a una esperanza, se entrega por primera vez y con los ojos abiertos al precipicio. A Victoria esta vez no le importa que se le aceleré el corazón, tampoco caer al abismo. Victoria se siente más viva que nunca. La profundidad se hace grande y la distancia con lo real cada vez más peligrosa. Ella deja de tener frío, de tener calor, de estar en otro lugar, de estar en otro tiempo y el abismo de tenerle miedo a tenerla y la sujeta fuerte. Victoria le da su cuerpo de mujer en trocitos y el abismo lo recoge con ternura. La recoge.
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