Erase una vez una niña flaca como una lombriz que se hizo mujer. Una de esas mujeres que tienen paciencia de tortuga y sonrisa contagiosa, y también vicios. Esos vicios que no son más que malas costumbres, hábitos adquiridos y después bien aprendidos, practicados y repasados. Una y otra vez frente al espejo, en la cocina y en el comedor. Adel estaba bien ilustrada en el tema, así era. Así es mientras un acordeón robado suena en algún lugar por debajo de su balcón, la melodía le suena. La reconoce pero no le pertenece, ya no hay responsabilidades. Quedas libre Adel, libre una vez más. Después se duerme pensando en las estrellas que no aparecen hoy, son las cuatro de la tarde de un jueves de enero del dos mil y pico. De nuevo son las ganas las que se evaporan. Las ganas que el vicio vuelve a dormir mientras Adel buscan un lugar donde huir.
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