Hellen Warner |
Erase una vez a dos calles de aquí, una niña flaca como una lombriz que se hizo mujer en abril. Una de esas mujeres que tienen paciencia de tortuga, sonrisa contagiosa y vicios, muchos de esos vicios.
Esos, que no son más que malas costumbres blancas. Hábitos adquiridos y después bien aprendidos, practicados y repasados. Una y otra vez frente al espejo, en la cocina y en la mesa del comedor.
Adela está bien ilustrada en el tema, así es a dos calles de aquí.
Así, mientras un acordeón robado suena en algún lugar por debajo de su balcón y la melodía le golpea en algún lugar de su cabeza. La reconoce pero no le pertenece, ya no hay responsabilidades cuando Adela peca.
¡Quedas libre Adela! Libre una vez más.
Después se duerme pensando en las estrellas que hoy no aparecieron, son las cuatro de la tarde de un domingo de marzo del dos mil y pico y de nuevo son las ganas las que se le evaporan. Las ganas que el vicio vuelve a dormir mientras Adela busca un lugar donde huir.
Luciana Salvador Serradell
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