El collar de perlas

Empezó por el cuello. Arrancó las perlas de señora, las mismas que llevaba en la última foto, la del portarretrato en la entrada. Se vio vieja. El collar que le había regalado la hacía anticuada. Las perlitas cayeron al piso, algunas fueron abajo de la cama pero no las recogió. Esta vez no. Después se desnudó frente al espejo, si hubiese podido hasta la misma piel se hubiese arrancado. Descuajado aquella señora de esta mujer, la que ahora se sincera con sus errores. La que aprendió. La que se animó. La que tardó treinta años en tomar fuerza para poder un día romper el collar de perlas que su esposo le había atado al cuello cuando apenas tenía 24.

Carmen se oxida

Carmen llenó su locura de oxido. Se arruga frente al espejo como una pasa de uva desde que él le robó la luz de su habitación. Por amor se volvió loca, él la volvió loca. Carmen se encierra en si misma y llora a oscuras desde hace más de quince años. Tiembla y enciende un cigarrillo. Traga el humo y se encapricha con la ilusión que le fue robada, se emociona con el tiempo que perdió y grita. Grita en la cuarta planta de un piso del Eixample. Escupe su cuerpo todos los estados de ánimos a la vez y llora sin contención. Llora de día y de noche y lo hace siempre sola. Se vuelve a encerrar en el baño y llora en voz alta, lo hace cada vez que recuerda el daño que él le provocó y que nadie puede ver, que nadie debe escuchar. Lo hace unas veinte veces al día y es que de tanto llorar al final Carmen se ha puesto más vieja que loca. La cabeza la tiene blanca y tiñe de castaño, tiene manchas en las manos y la forma de los labios le ha cambiado. Nunca más dejó entrar la luz y se ha oxidado de tanto llorar. Se ha vuelto un animal nocturno, uno de esos que va magullado por la calle con contusiones internas y sin heridas a la visa. Carmen dobla en Balmes y camina por Aragón mirando las figuras en las baldosas. Hoy viste un vestido negro, tiene diez kilos menos y como es costumbre ha salido de noche. Siempre con miedo a las casualidades, a la casualidad de doblar en una esquina y encontrarse con él, reconocerlo al instante y que él no la recuerde. Que no sepa quién es ella. Que no sepa quién fue Carmen.

Soledad se pintó las heridas de verde

Dos cosas le reprochaba, su maquillaje de puta y la manera en que gastaba su vida pero estaba equivocado. Siempre lo estuvo por eso ella tuvo que corregirlo. Soledad no se maquilla, se dibuja sonrisas en la cara con Revlon y no se gasta la vida, sale de su casa en la Av. Callao al 1500 a pasearse las desilusiones. Igual que la que pasea sus los hijos en la plaza Las Heras. Hijos que él no supo darle, que no podrá jamás darle. En la calle, Soledad se despeja la cólera y también la rabia. Durante un par de horas él desaparece y cuando no logra hacerlo desaparecer, saca de su bolso unas pastillas azules y se las traga sin agua. Es que Soledad sufre de los nervios desde el día que se enteró que él mete su virilidad en la puerta de otro hogar, en el barrio de Belgrano. Que se lo entrega a otra que no se llama como ella, que tampoco sufre de tristeza y que tiene dos hijos. Por eso tuvo que corregirlo, por ella, por los hijos que le prometió y por su soledad. Sobre todo por ella. Ella misma. Y lo hizo con lo que él más le reprochaba, con maquillaje, como ella sabía hacerlo. Entonces una tarde mientras dormía le dibujó la misma sonrisa que ella se venía pintando para disimular, pero no usó Revlon lo hizo con una pintura verde. Pigmento Paris Green, confirmó el toxicólogo en el informe policial que indicaba el hallazgo de un cuerpo sin vida en un duplex en Belgrano. Cuando se le comunicó a la viuda, ésta se desplomó. ¿Arsénico?, preguntó. Sí señora pero tranquila, tenemos a la asesina. No se si sabía usted que su marido tenía una amante, fue ella la que lo mató. Suponemos que lo hizo cuando se enteró que iba a dejarla, en un ataque de cólera se vengó con arsénico. No, no sabía que me engañaba. Nunca lo hubiese imaginado.

Ángel de la guarda


Qué demonios haces que me deshaces,
no te encuentro y te veo en todas partes,
sin decirme nada, sin decir por qué.
Caminando con mis pies, respirando en mi nariz,
mirándome a los ojos, besándome la boca.
En esquinas que no vi y en el cielo que perdí,
sin decirme nada, sin decir por qué.

Qué demonios haces que me deshaces,
si eras mi ángel de la guarda.
Y yo aquí anestesiada,
en este infierno que me aguarda.
Sin recordar si te odiaba o te quería,
si soltaste o me solté.
Eras mi cuerpo, mi brújula, mi tiempo,
los ojos en mi cara y la voz de mi garganta.
Eras mi fuego, mi silencio,
la razón con que pensaba,
mi ángel de la guarda.

No te encuentro y te veo en todas partes,
sin decirme nada, sin decir por qué,
si me dejaste caer o te abandoné.
Y yo aquí tocando fondo,
gastándome la vida,
consumiéndome las ganas.
Condensando los recuerdos
para que el fuego no los queme,
hasta que vuelvas a quererme.
Eras mi energía, mi refugio,
la paz en mi conciencia, mi locura de ultratumba,
el aire de mis sueños, el corazón en este cuerpo,
eras mi ángel de la guarda.


Qué demonios haces que me deshaces,
si eras mi cuerpo, mi brújula, mi tiempo,
los ojos en mi cara y la voz de mi garganta.
Eras mi fuego, mi silencio, la razón con que pensaba,
mi energía, mi refugio,
la paz en mi conciencia, mi locura de ultratumba,
el aire de mis sueños, el corazón en este cuerpo.
Si eras mi ángel de la guarda,
por qué soltaste y me dejaste caer sin decirme nada,
sin decir por qué.
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