Empezó por el cuello. Arrancó las perlas de señora, las mismas que llevaba en la última foto, la del portarretrato en la entrada. Se vio vieja. El collar que le había regalado la hacía anticuada. Las perlitas cayeron al piso, algunas fueron abajo de la cama pero no las recogió. Esta vez no. Después se desnudó frente al espejo, si hubiese podido hasta la misma piel se hubiese arrancado. Descuajado aquella señora de esta mujer, la que ahora se sincera con sus errores. La que aprendió. La que se animó. La que tardó treinta años en tomar fuerza para poder un día romper el collar de perlas que su esposo le había atado al cuello cuando apenas tenía 24.
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viudaa
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