Olivia es una encantadora sirena de neón que se equivocó con eso del corazón sin condiciones y ahora deambula abandonada, sin querer volver a ser ella. Una sirena de neón peculiar. Particular. Encantadora. Cautivadora. Muñeca de trapo con vestido destrozado, el adorno más bonito que se rompe en la mudanza. Una sonrisa que se hace pequeña con la despedida. Esa sed que nunca se calma, la alegría que se vuelve falsa y lo falso que se hace amigo. Un viaje a otra galaxia en cohete espacial que no sabe a regresar. Esa estrella que deja de brillar. La radio que deja de sonar, una promesa que es mentira. Promesas, promesas y promesas. Hay algunos que hacen de las promesas un oficio. Otros un arte, el arte de prometerlo todo, incluso la luna si es posible. Una luna que se ahoga en una taza de café con leche y se hace media luna. El ventilador que mueve aire caliente, el tren que se pierde como el arroz que se pasa. Ella era esa sirena de neón, la que vivía en una pecera de vidrio con piedritas de color que se han vuelto grises a mediados de diciembre, pocos días antes de navidad. Y desde enero el agua no la oxigena y en febrero las burbujas han dejado de calmarla. Sirena de neón que en marzo seguirá igual deambulando, abandonada de todo lo que solía ser. De Olivia, de su corazón sin condiciones por haber sido incondicionalmente ella.
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