Yossi Loloi |
Llena.
Satisfecha.
Callada.
Y así Ethel transformó todo lo que no se animaba a decir en carga, carga de kilos y carga emocional. Una sobrecarga interna que le explotaba en la boca del estomago y le producía acidez, también dolor y después ansiedad oral porque por fuera su cuerpo lo expresaba devorando lo primero que veía comestible.
Todo lo que era comestible.
Servía una mentira mal parada, una verdad mal analizada, unas ganas superfluas de que se yo. Conversaciones ajenas de cosas privadas e inmaculadas. Sospechas. Rutinas. Mierdas (...)
Y entonces el corazón de Ethel que era sensiblemente sensible y tres veces más sensible que otros corazones normales, sufría en vivo una destrucción de su tejido cuando la circulación sanguínea se le quedaba atorada en el estomago por culpa de los constantes ciclos de digestión, y no le subía.
Una gangrena asquerosa se empezaba a comer a Ethel y Ethel devoraba todo lo que veía por culpa de la culpa de esa gangrena. Pero como no hay mal que cien años dure, explotó.
A Ethel le explotó el estomago y el corazón cuando no aguantó más cargar con esa sobrecarga y mandó todo al carajo.
Al carajo y más allá.
Se desprendió de los buenos modales y le cantó la justa a quienes llevaban años pendiente escucharla. Lanzó un par de bombas molotov a quienes se las merecían y así se desquitó el tiempo que se mantuvo callada y tragando.
Tragando todo lo que una puede aguantar hasta que explota todo lo que tiene que explotar para volver a aflorar. Para volver tranquila al cuerpo de Ethel, escarbarlo hasta encontrar su voz y volver a escucharla. A escucharse.
Luciana Salvador Serradell
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