Estaba obsesionada con su pubis. Una manera desquiciante. Todo remitía durante el día a ese hecho. Todo era por eso: tocarse. Una película, un libro, una foto, una idea o cualquier persona.
Tocarse se había transformado en el premio constante a su buena voluntad de mujer soltera. Tenía ganas de mil cosas grupales pero solamente se arremetía a los derechos que le otorgaba a sus dos manos. Era ambidiestra y se tocaba tanto con la derecha como con la izquierda.
Sus 5 kilos de más se transfiguraban en su cabeza a una figura porno que se descoloca la cintura frente a las cámaras. Cerraba los ojos y mordía sus labios. La respiración se le aceleraba y los movimientos del pecho eran cada vez más rápidos. Su mano tenía un movimiento constante y por momentos tan suaves que parecía terminado el acelere. Después volvía al ritmo constante y había alcanzado ese estado levitativo y de sintonía perfecto con el resto de la natura por 2 minutos y 37 segundos.
Cuando había terminado, se componía y traía la cabeza de nuevo al lugar donde se desplomaba. Se acomodaba la ropa y subía las bragas. Había veces que tenía que detenerse un rato a descansar porque sentía calambres en las piernas de tanto abrirlas. Se chupaba los dedos porque le gustaba su olor. Y salía de nuevo al escritorio, al lado de los otros escritorios donde están sus compañeros de trabajo, mucho más feliz que el resto.
Luciana Salvador
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