Locura. Locura era lo que sintió Jazmín por él. De la sana, la que
no se mezcla con la oscuridad incluso cuando se apaga la luz en la habitación.
Se desnudaron, se besaron y se acariciaron. En ese orden y al revés, de nuevo y otra vez. Lo
hicieron hasta el día siguiente y el que vino después, y si hubiese cabido la posibilidad, durante mil
noches más. Por eso ella le dedicó un altar bonito a orillas del mar con velas
de jazmín, con lucecitas de colores y con aroma a sal, por los días que duró pero sobre todo, por todas las posibilidades que él le dejó, por la Jazmín que se despertó.
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