Los sabores de Matilde
Todas las tardes mientras Matilde lo espera, le crujen los dientes. A las cinco se sienta frente al televisor para ver la novela que hace tiempo ya no sigue por culpa de la ventana que no la deja en paz. Se arregla en el espejo del pasillo el peinado y viste de nuevo orgullosa aquel delantal rosa que él le compró en ofertas, hace ya seis años de eso y él no recuerda. Enciende el aparato, sube el volumen, se desliza en los almohadones del sofá que huelen a primavera y finge que está todo perfecto en la casa de la esposa que espera. Así, Matilde poco a poco aprende a ocultar lo que por dentro le duele y le duele cada vez más. Tanto, que el psicólogo en la segunda consulta le dijo que eran problemas en su inconsciente, y como Matilde se siente consciente en este horrible arte de lastimar, dejó visitarlo. Es que a Matilde lo que le duele, le duele de verdad, en el consciente. Por debajo de la blusa y detrás del pecho, y es tan real como su boca vacía mientras mastica algo que le es imposible saborear. De un tiempo aquí él no llega a casa a las seis y no le sonríe a la ventana, ni le acaricia el peinado, ni le toca por debajo de la ropa. Matilde ha dejado de ver la novela y anda con cuidado cuando le sirve la cena para no descubrirlo. Mientras tanto intenta encontrar en la cena los sabores que en la cama ya se han acabado. Trata pero no lo logra y todo le empieza a afectar. Desde el par de sillas en la cocina hasta los jinetes de la apocalípsis; también el delantal y la sonrisa que no está. También este amor que siente y la tiene tan atada a la cocina.
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2 comentarios:
Lu, nuevamente... ME GUSTA TANTO CÓMO ESCRIBÍS!!!! te mando un beso grande. Juli sin delantal...
Gracias Julieta sin delantal! Un beso grande!
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