Los que quiero de Abril

Sabes de qué tengo ganas, de meterme en la teoría de Einstein, la de la relatividad y hacer un pacto con el demonio. Echar las monedas al cielo y si cae cruz, quedarme con todo lo que quiero. Absolutamente todo, desde el principio de todos los principios, hasta el fin de todas las probabilidades. Por eso necesito volver el tiempo atrás, a cuando todavía no había nada y cambiarlo por todo. El aire perfumado por otro más fuerte, hacer que las estrellas hagan cortocircuito y dejar que todas las bestias se estrellen, como cuando caen meteoritos en el fondo de un jardín que no es el mío. Quiero desenroscar mis intestinos y volver a acomodarlos, quiero lágrimas sin sabor para no darme cuenta cuanto duele cuando duele como el demonio. Quiero un minuto de silencio, una entrevista con la naturaleza y una cena con el fuego. Quiero más agua fresca antes de la fiebre, quiero más hojas verdes antes de peinarme. Quiero un camino largo con faroles a una casa en la montaña, y en la montaña quiero un árbol y en el árbol, libros. También ventanas sin cortinas, un chorro a presión y una parra. Quiero una explicación más sincera cuando mi cara desencaja, quiero escalofríos que se vuelvan carcajada y carcajadas que viajen más rápido que el sonido. Una nube azul, azulísima al lado de otra blanca, blanquísima. Quiero un gen que me haga ver en la oscuridad y otro para hablar chino. Una tela de araña para antes de caerme y alas de mosquito para cuando ya me caí. También un café con leche, tres media lunas y quiero cinco oportunidades más, por sino puedo con la única que estoy pidiendo.

Los seré de Eugenia

Seré la cuba de agua fría que te despierta, el cuadrado imperfecto que te arrincona y el círculo deforme que te corre. Seré la gelatina aguada que te empalaga, la tierra mojada que te atrapa, el disco rayado que no te deja dormir y el almohadón descocido que no quieres tirar. Seré la enredadera que se te enreda, la electricidad que te sacude. El calcetín que te ajusta y el otro que te gusta, seré el plato vacío después de llenarte y el postre al que no dejarías de entregarte. Seré el ruido que te paraliza y la vocal de la primer letra al despertar. Seré el país al que viajarías, el color que más te gusta y el sabor que siempre eliges. Seré la sal de tu salero y el azúcar de tu café. También la mano que te pellizca y la otra que te acaricia. La baldosa floja que te moja, la silla en la que te sientas y el pensamiento que te transporta. Seré la huella de tu suela y la sombra de tu silueta. Seré el aire después del suspiro, la última gota que te rebalsa. Seré el tiempo en tu reloj y el destiempo en tu olvido. Seré tu que será. Seré tu que se yo…

El altar de Jazmín

Locura. Locura era lo que sintió Jazmín por él. De la sana, la que no se mezcla con la oscuridad incluso cuando se apaga la luz en la habitación. Se desnudaron, se besaron y se acariciaron. En ese orden y al revés, de nuevo y otra vez. Lo hicieron hasta el día siguiente y el que vino después, y si hubiese cabido la posibilidad, durante mil noches más. Por eso ella le dedicó un altar bonito a orillas del mar con velas de jazmín, con lucecitas de colores y con aroma a sal, por los días que duró pero sobre todo, por todas las posibilidades que él le dejó, por la Jazmín que se despertó.

Eva viaja a la luna

El interrogatorio en migraciones era el mismo pero por alguna razón las preguntas le sonaban diferentes a Eva, o acaso era este viaje a la luna que la tenía tambaleando en la ambigüedad, entre sentirse rara o llena de felicidad. Si ya había viajado al espacio más de 30 veces, la primera vez en una misión secreta en 1986, justo después del mundial, en julio, entonces por qué migraciones la ponía hoy nerviosa. El tipo de bigote gordo y corbata ajustada ni siquiera levantaba la mirada para poner el sello que te deja salir de la tierra, tampoco prestaría atención a Eva, mucho menos a ese calor sofocante que la quemaba por dentro. Tragó saliva y sintió como un sabor metálico lo inundaba todo, se llevó la mano izquierda al cuello y la sintió fría y transpirada, se aseguró de tener el pasaporte en un sobre, justo debajo del brazo izquierdo. ¿A la luna?, pensó. ¿Por qué me pone tan nerviosa viajar a la luna si ya he ido y vuelto más veces que ninguna otra persona? Entonces lo supo, es la única que sabe cómo volar al espacio directamente desde Talcahuano y Alberti, en pleno centro de Buenos Aires y hace tiempo que no se da ese gusto por eso de andar con los pies demasiado sobre la tierra, el de viajar a la luna de vez en cuando.

Las galletitas de agua de Orfelia

Orfelia come una galletita de agua que hace ruido cuando la muerde. Mientras tanto una gotita intenta escaparse de la canilla justo después del último subidón y del que viene después. La pava espera un hervor nupcial y la taza ya está cargada con ese saquito de té verde pendiente de todas las mañanas y las dos cucharaditas de azúcar que siempre engordan cuando empieza el otoño. Orfelia vuelve a untar de mermelada roja otra galletita de agua, de nuevo mastica y hace ruido cuando la muerde. El mismo pero diferente que hacen las hojas que se caen y raspan la vereda. El de las plantas en otoño y el mismo que hace la cabeza cuando no entiende y suena a algo que se rompe. Algo que cae desde lo más alto, que se alza al vuelo y de todas formas cae al suelo. A una galletita de agua que siempre que se come, se rompe. Es que la cabeza de Orfelia cuando no entiende, suena a un mordisco seco.
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