Cuando Berta lo quemó

Massimiliano Minocri
Se escuchó las llaves abrir la puerta y después el ruido seco de los pasos contra el parquet, era parte de la rutina. En alguna silla del comedor dejó el abrigo y la llamó dos veces. Berta no respondió y fue hasta la cocina a buscarla, siempre está en la cocina. Abrió la puerta que estaba cerrada - raro que este cerrada, pensó - y al hacerlo, después de abrirla, olió a quemado. A algo quemado que no era pan (...) era carne. Carne escocida.

Humo de carne quemada. Reconoció el olor al instante, el ácido que larga lo que se abrasa.

Que le trastornó el estomago, que la irritó, que le llenó los pensamientos de úlceras cuando le faltó el respeto. También cuando empezó a hacerle el amor a medias porque la otra mitad estaba en otro cuarto, en otro lado, con otra mujer -porque hacía tiempo que Berta sabía que había otra mujer-. Era el mismo sabor que apareció cuando en el guión las caricias se cambiaron por golpes y los besos no pasaban de un hola ajeno.

Un hola articulado, forzado y formal, asquerosamente formal. Un hola de él pensado para no levantar la perdiz, y un hola de cirugía a corazón abierto para ella.

Tanta deuda de afecto mientras ella lo esperó en la cama tantas noches. Tanto tiempo perdido.

(...)

Lo que se olía ahora era el mismo olor a ácido que la empezó a corroer cuando no le quedaron más argumentos para fingir que es feliz si hace tiempo que es infeliz. La más infeliz de todas. Por eso lo incendió. Porque necesitaba sentir esa sensación de paz, de liberación.

De ya no alcanzan los bastas.

Y por eso dejó la cocina. La comida en el horno, el delantal en el piso, las comodidades absurdas y todas las acrobacias que aprendió para llegar viva a fin de mes. También el televisor encendido, la novela de las 8 y el noticiero que viene después.

Lo dejó todo y se fue pero fue cauta. Muy cauta. Astuta (...)

La noche anterior Berta lo besó diferente, un beso con veneno que lo despidió. Una caricia brusca que cortó con la hipocresía que la enroscaba a esa vida imperfecta en la que él se desquicia con ella.

En la que se quita la camisa como un autómata porque ayer se le dio la gana, así porque sí, de golpearla de nuevo, y entonces Berta lo quemó.

Era un viernes como hoy cuando lo hizo y en el cuerpo le quedó un sabor a triunfo después de quemarlo todo (…) después de prenderlo fuego.

De buscar kerosén, un mechero y quemar los miedos. Todos sus miedos ahí mismo, en su cocina. Ese exquisito sabor a triunfo que llega después de acabar con las trabas, hasta las más intimas. De darse cuenta que ya no sirve dejarse pegar primero, pero dejarse pegar tampoco.

1 comentario:

María Pilar dijo...

¡Qué duro es tener que aprender en la vida de esa manera!

Feliz fin de semana :)

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