Baudouin Winckler |
Un café negro.
Cargado.
Enardecedor porque le pinchaba ahí donde más le dolía.
Adentro. Donde solo ella tiene acceso.
Y cuando sucede, le duele con un ardor que la deja sin aliento. Le quema. La deja vacía. Vacía y libre por culpa de este acicate de querer vivir que resulta muchas veces demasiado dulce y demasiado breve.
Breve porque a los minutos se le esfuma esa intoxicación deliciosa de saberse cargando el carrito de las compras con todo lo que se llevaría para irse lejos.
Esponjas.
Pinzas de depilar.
Un vestido fucsia.
Una diadema. El pasaporte. Una libreta, dos lápices y un espejo (...) una pequeña lista perecedera y una excitación transitoria aunque todo el día la volverá a desear unas mil veces más. Incluso dos mil cuando sea lunes por la mañana o domingo por la noche.
Luciana Salvador Serradell
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