Cuidando a Silvia


Andreas Heumann
Un día cualquiera y sin aviso te fuiste de aquí sin cerrar la puerta y no supe si volvías o la dejabas entreabierta a sabiendas. A sabiendas casi abierta, sin cerrarla. Sin cerrarla para volver otro día cualquiera y sin aviso, y por eso me tienes aquí desde junio. 

Aquí, esperando un no sé qué de todo lo que pudo haber sido y no fue, y no entiendo por qué.

Por qué así.

Así.

Tan de prisa.

Y por si regresas, que lo sepas.

Por si decides regresar aquí estoy. Aquí y en el mismo lugar. Aquí y de nuevo yo, siempre yo reflexionando todo lo que fue, aferrándome a lo que queda, viviendo con lo que viene y dejando salir lo que nunca regresa pensando, intuyendo, segura de que volviste y nunca te fuiste. 

Y si tengo que creer, forzosamente creer que te fuiste, entonces dejo la puerta a sabiendas abierta. Te dejo la puerta siempre abierta, abierta de par en par por si decides volver. 

Por si vuelves. 

Por si estás aquí, cuidándome. Cuidando a Silvia.


Luciana Salvador Serradell

Elisa y las locuras que deja el amor

Philippe Halsman
Se despertó a las diez y era la primera vez. La música le cantaba a la radio y de las sábanas salió oliendo a mermelada de arándanos y fresas, la piel suave y los pulmones llenos de aire. Se lavó la cara sin querer y los dientes también.

Un café negro y se sentó frente a la ventana del comedor con un cigarro de esos largos, una cerilla que encendió y la angustia de los cuervos cuando buscan los restos para volverlo a oler mientras del otro lado del vidrio se pasea un pez con siete patos.

Una nave espacial se da la bienvenida en la acera y hombrecitos de Lilliput pasean en bus con Hitchcock. Mientras tanto el tiempo, ese al que Sabina llama canalla, dejó a Elisa con ganas de más cuando él colgó su reloj en ese cuadro de Picasso y se fue de vacaciones de verano a Málaga en mitad del invierno.


Luciana Salvador Serradell



Buenos Aires se despierta conmigo en Barcelona


Horacio Coppola
Buenos Aires duerme tranquilo flotando en todas las tazas de café que tomo por las mañanas. Vive en fotografías que monto y desmonto a mi parecer y que nada entre ellas tienen que ver, en una esquina de Cabildo de un junio de 1996 y en otra del obelisco de mayo del 2012 de la última vez.

Conmigo, Buenos Aires se despierta más temprano y camina por Balmes hasta Diagonal y a veces se despide y se va por Álvarez Thomas y otras, muchas otras, lo vuelvo a guardar al lado de Alta Gracia, en el rincón donde se quedan quietos los recuerdos cuando se guardan.

Buenos Aires es una situación. Una circunstancia. Una sensación.

Un olor.

Un edificio de París que se le parece mucho a otro de Recoleta. Un tango que sopla cosas que a veces me dice cosas y otras no, una capital que queda al sur. Un Papa, un jugador de fútbol, una presidenta loca, carne.

Una isla perdida, una ciudad encantada.

Casa.



Luciana Salvador Serradell




Las costuras de Catalina

Desconozco el autor de la fotografía.
Catalina se cosió las costuras del corazón, todos los agujeros por donde se salía. Se cosió puntada a puntada, miércoles tras miércoles para no volver a perderle. Para que no se le saliera de nuevo todo lo que guarda por dentro y también para no perderse. Se dio forma nueva, una diferente que tiene puntada doble e hilo rojo, un rojo obscuro. Se lo cosió porque así es mejor. Porque no se puede ir por la vida siendo puro corazón.


Luciana Salvador Serradell



Quedas libre Adela. Libre una vez más

Hellen Warner
Erase una vez a dos calles de aquí, una niña flaca como una lombriz que se hizo mujer en abril. Una de esas mujeres que tienen paciencia de tortuga, sonrisa contagiosa y vicios, muchos de esos vicios.

Esos, que no son más que malas costumbres blancas. Hábitos adquiridos y después bien aprendidos, practicados y repasados. Una y otra vez frente al espejo, en la cocina y en la mesa del comedor. 

Adela está bien ilustrada en el tema, así es a dos calles de aquí. 

Así, mientras un acordeón robado suena en algún lugar por debajo de su balcón y la melodía le golpea en algún lugar de su cabeza. La reconoce pero no le pertenece, ya no hay responsabilidades cuando Adela peca. 

¡Quedas libre Adela! Libre una vez más. 

Después se duerme pensando en las estrellas que hoy no aparecieron, son las cuatro de la tarde de un domingo de marzo del dos mil y pico y de nuevo son las ganas las que se le evaporan. Las ganas que el vicio vuelve a dormir mientras Adela busca un lugar donde huir. 

Luciana Salvador Serradell

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