El vestido y sombrero de Berta

Baldovino Barani
Berta se despertó y antes de bajarse de la cama se aseguró pisar primero el suelo con el pie derecho, un intento intuitivo para cerrar de buena gana los pactos fallidos y las cuentas pendientes que quedaron en el tintero esperando y sin embargo, hoy lunes 31 de diciembre, decidió cortar por lo sano y darse una lluvia de nuevas oportunidades.

Por eso se duchó con sal, para desintoxicarse de su yo más nocivo y arrancar lo que viene con su yo sincerado. Después rompió con los esquemas, los suyos mentales que la ataban a la silla de la rutina y se vistió con vestido y sombrero.

Con sombrero y vestido (...)

Es que justamente hoy Berta tiene ganas de ser ella para que el año que entra no la desoriente más de lo que está desorientada cuando se deja estar en los esquemas mentales que se inventa.

Por eso hoy Berta tiene ganas (...)

Ganas de sombrero y vestido. De empezar de nuevo para no colapsar con intentos fallidos los sueños del encuentro, del afecto, de ir más allá y saltar como cuando las despedidas colapsan al que se queda y al que se fue. Quiere empezar otra vez para desdibujar los fracasos, todos los que acumuló entre febrero y diciembre y escribirlos en intentos. Intentos nuevos que arrancan hoy, en enero.

Empezar con la lista de cosas que la hace feliz, una por una y recordarlo para no olvidarse ni un segundo lo que al final vale la pena. Al final de los finales cuando la almohada le sacude la conciencia antes de dormirse para que no se duerma.

Y entonces hoy, justo antes de seguir su camino pidió cuotas más grandes de constancia y toneladas de voluntad. Pidió reflexión, objetividad y sobre todo buen humor.

Buen humor para no colapsarse cuando fracase si es que fracasa porque es humano fracasar, para no intoxicarse si se frustra y fe, fe en ella. Mucha fe para tener la voluntad de volver a ponerse de pie cuando se caiga, si es que se tropieza este 2013 y tenga que recogerse para volver a pisar con el pie derecho e ir por la lista de cosas que hacen feliz a Berta.

Por el vestido y el sombrero. Por ella sincerada, mujer (...)

Los Pinochos de Clara cuando es clara

Ves Pitt
Así que se llamó Pinocho, como el cuento. Pinocho en un cuerpo que es un almacén de supuestos que se secan con el aire y desaparecen con el tiempo. Supuestos que no son él y empieza a ser ella cuando las cortinas se cierran, cuando se transforma. Cuando se vuelve Clara. Cuando es clara, clara con ella.

Ojos, pestañas (...)

Pintura en la boca. Una peluca rizada.

Y en los bolsillos se mete ilusiones renovadas, ilusiones que solo ella conoce. Ilusiones con nombre nuevo que huelen a limón. Ilusiones que borran recuerdos. Recuerdos de esos supuestos portarse bien y ser quien toca ser según la naturaleza de las cosas, pero la naturaleza también se equivoca como la intuición, el querer, los impulsos y lo que es de verdad.

Y entonces se termina de vestir con ropa que aprendió a elegir y sale a la calle pisando fuerte lo único que le es real. Ella. Clara.


Los años de Madoka

Miwa Yanagi
¿Cuántos años tienes ahora?, le pregunta a Madoka.
¿Importa? 35
Te falta lo que quieras que te falte.
Sí, lo se (...) y seré vieja.

Algún día seré vieja, más vieja de lo que pueda recordar y querré haber vivido más a fondo mis rincones mentales.

Todos.

Haber dibujado más historias con las líneas de mis manos, con los dedos de los pies. Con los veinte. Con la saliva de mi lengua. Haberme atado más al suelo que pisé con las raíces de mis pelos.

También haber colado durante más horas mi risa tonta y absurda en el aroma de la brisa.

¿La hueles?

¿Me escuchas?

Algún día seré vieja, tan vieja como me quiera imaginar y me probaré mi vestido de geisha, el que guardo en un rincón de mi cabeza al que nunca fui por eso de no querer perder el tiempo en buscar esa ilusión.

¿Cuál de todas?

La falsa. Esa. La esperanza que carece de fundamento en la realidad, que te tira el mundo abajo pero te hace volar.

Fotografía Miwa Yanagi

Los cuentos de hadas de Clara

Miwa Yanagi
Cuando era pequeña. Pequeña, pequeñísima Clara creía en los cuentos de hadas. De hadas fantasmagóricas y princesas azuladas. Creía demasiado por culpa de lo que le correspondía escuchar a la hora de escuchar. Ese bla bla bla que nunca se acababa, para procesar lo que después le tocaba procesar.

Amén.

Y así hasta que se hizo grande. Grande, grandísima y las hadas no aparecieron nunca. Tampoco las princesas.Y lo que fueron cuentos felices terminaron siendo infelices. Infelices cuando Rapunzel padeció caspa, Caperucita Roja llamó al delivery y lo de Cenicienta no fue por culpa de una manzana sino de un coma etílico.


Helena antes de volverse de plástico

Daidō Moriyama
Después de los monos y los lobos, de ese circo ambulante que se monta cada día desde la azotea de su cabeza despeinada, Helena al final anoche y a las ocho se tropezó con ella, con ella desnuda.

Con ella frente a ella. Helena y Helena.

Sin inventos, sin aceites ni perfumes, sin pintura, sin compañía ni muñecas. También sin placebos y no supo levantarse, por eso por la mente hoy se le coló la idea de abandonar este teatro animal de trapo e imaginación desmedida. Dejar ir el mundo desde donde balancea su pequeña y gran infancia.

Desde donde se balancea con malabares de bailarina de cajita musical, de princesa rosa, de astronauta y niña maravilla para saltar al mundo de los grandes.

De las mujeres grandes con grandes egos. Con costumbres que se venden en revistas, que se aprenden en la televisión. Costumbres que las vecinas critican, que las vecinas cumplen.

Que Helena cumplirá. Y se maquillará, fumará, deseará, despotricará, querrá, amará, matará (...)

Y lo de saltar, ese salto, lo hizo hoy sin mancharse. Sin manchar su gran ego de mujer pequeña.

Su gran ego tan grande que la mujer pequeña que ahora habita en Helena se volverá de plástico dentro de nada. De plástico y de color negro y se confundirá con bolsas de basura.

Tan grande (…)

Tan de Helena (…)

Tan inflamado de aire con humo y huecos de humedad que cuando se balancee desde lo más alto, lo más alto de todo y por encima de todos, en la conciencia le sonará el vacío que la comenzará a llenar.

Que la llenará hasta que decida un buen día, si es que tiene suerte, orearse los prejuicios y convencionalismos de las mujeres de su edad con el recuerdo de esos aceites y perfumes de cuando todavía era niña.




¿Lo recuerdas Francisca?

Toni Frisell
Fue el domingo pasado. El segundo de diciembre y se lo dijo para que no se le olvide. Que no se le olvide a Francisca que la quiere, y la quiere cada día más y de esto hace años.

Por eso se lo dice todos los domingos y también los lunes y martes, los miércoles y jueves, y los sábado incluso. Que recuerde siempre que la quiere hasta que se olvide de todo.

Por eso el domingo, el segundo de diciembre, se lo recordó con una flor, con esas. Y le repitió de nuevo despacito y con paciencia un recuerdas (...)

Recuerdas como hacíamos el amor poniéndote de espaldas y tumbándome sobre tus alas. Te daba media vuelta y subía con mis ansias sobre tus dos piernas para deslizarme de a poquito a todos tus momentos.

Viajábamos juntos hasta el color fluorescente del rojo y nos estrellábamos con un beso que nos abría el apetito. Me tragaba tu lengua, te mordía el cuello. Me arañabas. Me ponías blando, me ponías duro.

Y de nuevo media vuelta para acostarme sobre tu figura para olerte. Para volar hacia un lugar donde vivíamos porque sí. Donde los equilibrios de los dos se juntaban en la fuerza de un beso, en las ganas inmediatas de tenernos. De tenernos más que nunca. Más que nunca como ahora.

¿Recuerdas? ¿Lo recuerdas amor?




Lo extraño en Manuela

Toni Frissell
Manuela saltó hoy a las diez de la mañana desde la ventana de su habitación al mar de los recuerdos, al de los placeres indocumentados de todo lo que ella sería y no fue.

Saltó descalza. Saltó desde la cornisa. Saltó con el pelo batido y una sonrisa para volver a encontrarse con ese placer tan íntimo que se marchó. Que se le escapó.

El placer de lo extraño volviéndose cotidiano, eso añoraba y por eso el domingo pasado empezó a fumar para dejar de fumar. A beber para dejar de beber, a no amarse para empezar a hacerlo.

Se cortó el cabello para verlo crecer, se pintó las pestañas de azul para volver al marrón. Se hizo un tatuaje y dejó las zapatillas por tacones. Cambió de vestuario para poder volver al de ella un día. Volver a lo que es y sorprenderse con lo que es (…) por eso dejó de fumar el viernes.

Reflexiones de Laura

Mona Kuhn
Reflexiones de Laura (...)

A qué huele un instante que dura horas en mi cabeza.
Cómo se olvida un beso con otros cientos que no siento.
Cuántas despedidas necesito para despedirte.
Para de verdad dejarte ir.

Por qué camino retrocedo para no encontrarte.
En cuál esquina debería haber doblado para no cruzarnos.
Qué mano tendría que haber sujetado para no querer la tuya.
Para ahora no sentirte.

Cómo borro tus horas en un instante.
Cómo te borro.
En qué jardín planto tu recuerdo para que deje de crecer adentro mío.
Cuántos lápices labiales rojos tengo que gastarme para dejar de olerte.

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