Carta a un hijo

Tina Modotti
Los primeros años te vas a enamorar de mí y yo de vos, vamos a ser uno y después dos. Vas a jugar a lo que yo te enseñe cuando aprendas a abrir los ojos (...) abrir las manos (...) la boca.

También vamos a olernos porque a mamá le gusta oler y seguro que a vos también, y así nos reconoceremos siempre aunque la luz este apagada (...) y yo te tenga sobre mi panza con tu cabecita sobre mi pecho (…) oliéndonos, sintiéndonos, siendo uno y dos.

Siendo todo para los dos.

Y aunque ahora no lo crea, vas a comer lo que yo te cocine cuando un día aprenda a cocinar. A pisar la cocina solo por vos, prometo inventarte sabores que te van a despertar la intuición. La misma que te voy a enseñar a utilizar cuando crezcas, te enamores y sea otra o sea otro quien después te vuelva a cocinar.

También vas a vestir de pie a cabeza con todos los colores del planeta. No te faltará ni uno por ese razonamiento lógico que no tiene mamá. Vas a tenerlos todos aunque descombinen, aunque seas un enano o una enana ridícula pero vas a tocar el arco iris todos los días hasta que vos elijas con qué color quedarte.

Vas a reírte a carcajadas cuando te haga cosquillas, cuando me veas, cuando te llene de besos, cuando te muerda las piernas. Y vas a llorar cuando tengas que dormir, pero siempre después de un cuento que me voy a inventar cada noche con tu nombre.

Los primeros años vamos a cruzar la calle tomados de la mano, no se muy bien cómo voy a empezar pero los dos vamos a tener que practicar, y se que en alguna esquina te despistarás y me pedirás ir por tu cuenta. Y me tocará decir que sí, que no te creas el cuento de la buena pipa y que mires a ambos lados antes de cruzar.

Despierta Ana

Rikki Kasso
Una gotita musical alcanzaría para despertarla.

La música de un piano que la recoge de entre las sábanas y se la lleva al mar. Un sonido que la devuelve a la sal. A la sal del océano del mundo y a la de la transpiración del movimiento constante que hace el cuerpo al quererse.

Sobre todo al quererse y quererse abrazar. Abrazarse desnuda frente al espejo del baño para no dejar ni un poquito de su piel sin acariciar. Tampoco esa sonrisa melancólica y el pensamiento forzado por seguir intentando. 

Por eso ojala hoy alguien le encienda una melodía suave en su cabeza, una que le remueva los juicios que la apalancan mientras duerme despierta así despierta. Así se despierta Ana.


Luciana Salvador Serradell





Princesas con coronas de espinas

Mona Kuhn
En lo más profundo del lado oscuro, adentro de su corazón de dragón, esconde una corona de espinas gruesas y en una de las puntas de la corona hay un diamante azul cielo que la enciende cuando hay sol, que la enciende solo a ella. He aquí la historia de las princesas que se esconden debajo del colchón, detrás de las puertas, adentro de los armarios. En una melodía que no suena y en el viento de noche que suena y no se ve.

Que no se ve.

Princesas que abren sus piernas para dejarse querer con el mismo entusiasmo que la luna le echa a la marea. Mujeres que aprenden a susurrar lo exacto que enciende sin sentir lo más mínimo lo que se siente susurrar al oído encenderse.

Prenderse fuego. Quemarse por dentro.

Quemarse desde los labios, la boca, toda la boca. El estomago, más abajo del estomago, el útero y la piel entera cuando se brota en escalofríos que retuercen. Que la retuercen y la explota contra todo.

Contra la cama, las sábanas, las baldosas frías del piso, el tapizado del sofá, la madera de la mesa, los azulejos del baño y las cortinas de la ventana para después volver a sujetarse de la pared para no dejarse caer. Voltearse.

Voltearse de golpe y volver a quemarse y quemarse para siempre volver a tomarse de las manos.



Voy a dejar que te deslices

Rikki Kasso
Eres una pizca de jabón que voy a dejar deslizar. Dejar deslizarte por los pensamientos para que decantes en agua y mojarme. Entonces te voy a dejar tocar mi cabeza cuando seas agua. Solo cuando seas agua y puedas escurrirte entre mis dedos y si te seco, te olvido (...)

Pasa que no pasa nada

Rikki Kasso
- ¿Qué te pasa hoy?
- Me pasa que no me pasa nada. Eso me pasa, no pasa nada.

El tren arranca de nuevo.

- ¿Y si es porque lo estás buscando en el lugar inadecuado?
- ¿En el lugar inadecuado?
- Y sino lo tenes que buscar.
- ¿Dejar de buscar?

El tren frena. Se abren las puertas. Baja y sube gente.

- No puedo dejar de buscar.
- Es verdad, sería dejar pasar todas las posibilidades.
- Sí.

Se cierran las puertas.

- Y si llega cuando tiene que llegar y tarda todo lo que tiene que tardar.

El tren vuelve a arrancar.

Mi oda a Asia

Jacob Aue Sobol
- ¿Puede pasar?
- Sí, claro que puede pasar. A mí me pasó.

(...)
-¿Cómo se siente?
- Como cuando se enamoran dos amantes. Igual.

(...)
- No pude no enamorarme.

Cuando te vi me enamoré. Sabía que pasaría así, lo intuí a kilómetros luz de distancia y por eso te dejé enroscar en mis pies y cabeza apenas te toqué. Nunca me hubiese resistido, lo quería así. Tal cual. Y te quedaste con todos mis gustos como si un rayo hubiese reseteado mi cabeza apenas te pisé y también todo lo que sentía antes. No hubo rincón de mí en el que no entraste y por eso me quería quedar ahí para seguir enamorándome, porque quiero más.

Enamorándome de este lugar acertado que no es el mio pero podría serlo. Serlo naturalmente, como si el cuerpo se hubiese dado cuenta que encontró donde dejarse reposar, dejarse estar. Sentarse y ver pasar a millones de personas. Empaparse de arroz en todas sus formas. Inundarse de ese olor inmundo pero al que se acostumbró. Incluso ahora extraña.

Perderse, sobre todo perderse en el tiempo. Un segundo ahora y dos más tarde miles atrás. Viajar con la mirada, con el olfato, con la necesidad de tocarlo todo, incluso acercarte a la piel para que me acaricies.

Apreciar que cada rostro es diferente, el brillo de los rojos y el amarillo. Los ruidos que aparecen de repente como los sabores, los diferentes dulces de las frutas, el tacto de las algas en la lengua. Una sonrisa y cientos de palabras a su alrededor que no voy a entender nunca.

Y yo sonrío como respuesta.

Hablo con la sonrisa, no se que decir pero si sonrío se ve que lo digo todo.

Me pierdo en sus ojos rasgados y ellos en los míos quizás porque son grandes. Me tocan y siguen hablándome, me invitan a una foto, nos abrazamos.

Los abrazo porque me dejan.

Los toco porque me gustan.

Sonrío de nuevo pero a la cámara. Me pregunto en cuantos álbumes familiares apareceré por no tener los ojos rasgados. Entenderán mi sonrisa, esta que les dedico para decirles que tengo una oda para Asia en mi cabeza, que me da vueltas. Que me marea, que me enreda, que no quiere que me vaya. Que quiere que me quede, que me acaricia los sentidos y todas las posibilidades de una excusa para quedarme ahí, con ellos.

Que podría ahogarme en una taza de té toda una tarde y sentirme en casa mientras imagino que en otra vida, tal vez en otra vida, quizás era de aquí.


El instante en excusa

Rikki Kasso
En un lugar sucediendo ahora.

- ¿Me acompañas a fumar?
- No fumo.
- Yo tampoco (...)

¿Me acompañas?, insiste ella.

Descalza y enamorada (...)

Rikki Kasso
Bailando debajo de las estrellas sobre el césped mojado. Descalza y enamorada. Caminando de la torre del castillo de Rapunzel hasta la estación de tren en Chiyoda. Comprando un ramo de flores blancas y un billete al centro de la tierra sin escala. Un vestido limpio y las manos nerviosas, sale apresurada de un lugar que nadie conoce con un cigarrillo pensativo recién encendido y con la cabeza en otro lugar, pensando ahora en ella. Y cuando se piensa camina por el único jardín encantado que todavía queda y por el pueblo de garifas que lleva un tiempo abandonado. Entra al túnel que une el río salado con el mar dulce, salta montañas altas, cruza aldeas azabaches, habla con los árboles, con las nubes y se olvida de la mala fortuna al tropezarse. Cuando se piensa se enamora del tiempo que no lleva reloj, de la luz del día, de los tal vez y del sabor del agua y del limón. De lo oscuro de la noche, del silencio del ruido. De las cuentas con los dedos. De la última página de un libro, del espacio que el aire infla. De los sueños incondicionales, del instante que acaba de suceder, de la risa al miedo. De sus pies tan pequeños y esos pasos tan grandes. De las estrellas en su cama, de las probabilidades y de la posibilidad verosímil y fundada de que algo espectacular a punto de pasar le pueda suceder.

Gala a la espera

Rikki Kasso
Una desgracia con gracia es querer tenerte como una gala trágica de comedia absurda el no tenerte. Es un espectáculo que me camina por encima de las piernas con cosquillas que intranquilizan. Un soneto que me burla con 14 versos que desprecio, es el vapor que se me hecha encima y los poros que se abren. Lo que hay detrás de las luces, lo que las luces me dejan y no me dejan ver. Todo lo que no puedo retener, lo que quiero conservar. Es lo que sucede antes de las paredes, por debajo de la epidermis, atrás del iris, de la retina. De la retina que se ha vuelto sensible a tu luz, al tiempo que no puedo dejar de contar y las cuentas que empiezan a salir mal cuando el telón no se abre. Cuando los aplausos no se escuchan. Cuando las ganas de tu instante en ese segundo tuyo no llega.

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