Beatriz juega a ser feliz

Beatriz simula cuando las persianas se suben y las cortinas se abren que es la señora de una familia feliz, la esposa de él y la amiga íntima de su compañera de la escuela. Engaña a la verdulera cuando compra zanahorias y limones, finge en la peluquería y falsea la risa en la fila del banco. Beatriz practica ser Beatriz frente al espejo mientras se pone base y maquilla los labios. Imita a la Beatriz que él quiere que ella sea, y lo hace bien por fuerza de golpes. Disimula en la consulta del dentista y encubre esa mancha violácea que lleva en el brazo derecho desde el lunes por la noche. Beatriz representa a otras Beatrices que se pasean por las calles con una sonrisa falsa. Beatriz se disfraza de Beatriz cada mañana, desfigura su realidad frente al espejo con una prenda alegre y una flor en el peinado. Beatriz es una mujer guapa, también cuando llora. Copia las recetes que pasan en la televisión y se ilusiona con el sabor de una cena en otra casa, con otro esposo y lejos de las persianas que se bajan cuando él llega. Beatriz reproduce todas las tardes una vida paralela mientras lee su novela, idea historietas con ventanas abiertas también de noche. Beatriz imagina como sería sacar de adentro a la verdadera Beatriz, a la que tiene miedo de salir cuando las cortinas se cierran, cuando él llega, cuando él le grita, cuando ella esquiva el primer golpe, cuando sale corriendo a la otra habitación, cuando intenta cerrar la puerta con llaves, cuando no puede y el entra, la tira al suelo y la patea hasta que pierde esa flor, la que por la mañana se había puesto en el peinado para desfigurar su realidad frente al espejo que él ahora le va a tirar encima mientras ella llora.Y aunque llore, Beatriz sigue siendo una mujer guapa.

Victoria se enamora del abismo II

Trocitos de mujer que que saltan desde la ventana de un edificio alto y Victoria toda rota cae al abismo. Y el abismo se enamora de ella hasta el infinito punto negro, y también punto rojo y más allá donde casi nadie llega. En lo inmenso, en lo insondable y hasta en lo incomprensible le promete cariño. Como un amor que le roza suave el cuello, le explota en la espina dorsal y la deja quebrada y feliz. Victoria también está exhausta y con sed. Y la mujer se deja caer al abismo. Se enrosca a una ilusión, se abraza a una esperanza, se entrega por primera vez y con los ojos abiertos al precipicio. A Victoria esta vez no le importa que se le aceleré el corazón, tampoco caer al abismo. Victoria se siente más viva que nunca. La profundidad se hace grande y la distancia con lo real cada vez más peligrosa. Ella deja de tener frío, de tener calor, de estar en otro lugar, de estar en otro tiempo y el abismo de tenerle miedo a tenerla y la sujeta fuerte. Victoria le da su cuerpo de mujer en trocitos y el abismo lo recoge con ternura. La recoge.

Victoria se enamora del abismo

Trocitos de mujer que alguien empuja desde la ventana de un edificio alto y Victoria toda rota cae al abismo, y el abismo se enamora de ella hasta el infinito punto negro, y también punto rojo y más allá donde casi nadie llega. En lo inmenso, en lo insondable y hasta en lo incomprensible le promete cariño. Como un amor que le roza suave el cuello, le explota en la espina dorsal y la deja quebrada y feliz. Victoria también está exhausta y con sed. Y la mujer se deja caer al abismo. Se enrosca a una ilusión, se abraza a una esperanza, se entrega por primera vez y con los ojos abiertos al precipicio. A Victoria esta vez no le importa que se le aceleré el corazón, tampoco caer al abismo. Victoria se siente más viva que nunca. La profundidad se hace grande y la distancia con lo real cada vez más peligrosa. Ella deja de tener frío, de tener calor, de estar en otro lugar, de estar en otro tiempo y el abismo de tenerle miedo a tenerla y la sujeta fuerte. Victoria le da su cuerpo de mujer en trocitos y el abismo lo recoge con ternura. La recoge.

Con síntesis de alcaloides

Hay dos tipos de sensaciones que se parecen, dijo el enfermero antes de ajustarla contra la cama. Ella no lo escuchaba y si se lo gritaba al oído, ni siquiera hubiese pestañeado. Incluso si la ajustaba hasta hacerle daño con el cinturón de fuerza, tampoco. No estaba allí, estaba lejos. Muy lejos. Se quedó parada en donde todo sucedió, atascada en el tiempo. Metida en un agujero negro, en uno de esos que te dejan después la mente en blanco. No reaccionó más y eso que hubiese podido evitar lo que vino después pero supongo que lo que sucedió te deja así, en estado de shock. Paralizada. La encontraron inmóvil al lado del cuerpo, parecía dormido y ella como sino lo hubiese matado. Lloraba. Lo quería tanto. Tanto, tanto, que cuando la engañó no es que le rompió el corazón sino que ella tapó la herida con el sentimiento que más se le parece al amor, con odio. Y el odio fue tan fuerte que ella lo confundió con amor y entonces cuando lo mató, sintió que lo hacía por amor. Ella lo mató por amor y la policía no se hubiese dado cuenta si no hubiese confesado. No había sangre, no había signos de asfixia, ni un golpe, ni corte. Tampoco envenenamiento. Jamás se hubiesen dado cuenta que fue ella, como tampoco el juez se dio cuenta que él la había matado primero, que le había roto el corazón y cómo se supone que puede una persona vivir con el corazón roto. No vive, se muere. Ella estaba sentada durante el juicio, estaba ahí pero en realidad estaba tan muerta como él. Incluso más muerta porque su muerte sí que había dolido, le dolió muchísimo porque estaba consciente. Y además fue lenta, lo que tarda un engaño en madurar. Y le dejó marcas, un cuerpo inerte que el juez no vio, como tampoco notaron el síntesis de alcaloides que ella usó. El psiquiatra forense dijo que fue un ataque de enajenación y en las noticias salió que la encerraron en un psiquiátrico en no se dónde. Es que al final todos confundieron todo, el amor con el odio y un corazón roto con locura, repitió el enfermero cuando terminó de ajustarla. Ningún loco en su sano juicio usa síntesis de alcaloides. No estás loca, estás dolida. 

En voz alta

Un lugar verde con tu voz diciendo mi nombre, diciendo mi nombre en voz alta. Sin susurrarlo, no más. Quiero que lo digas, que digas mi nombre en voz alta. Basta de pensarlo, de pensarme, quiero que lo digas, quiero que digas mi nombre. Quiero escuchar como suena en tu boca. Quiero ver como te brillan los ojos cuando me nombras. Cómo se mueve tu boca, cómo se mueven tus ojos cuando dices mi nombre, cómo se te acelera el pulso. Quiero saber qué se cuela por tu cabeza cuando los sacas de adentro. Y cuando lo dices, quiero saber hasta dónde se escucha. Quiero escucharte decir mi nombre en voz alta. Aunque sea una única vez, un único momento.

Linda, libre y loca


Hay una locura, una locura que anda suelta. Una locura como una paja mental que explota en colores diferentes cada vez que toca. Una sensación que termina en dos sensaciones y te deja exhausta, con la boca abierta y la lengua seca. Es como el viaje pendiente que se planea todas las noches, nunca llega pero te lleva. Siempre te lleva y dejas que te lleve lejos como cuando te ves al espejo con peinado nuevo. Como cuando pecas y se siente bien porque finalmente dejas que todo explote. Cuando se te mete canela por la nariz y el sabor te despierta. Ojala que un día te explote la vida. Te explote la sangre, te explote él. Explotes vos. Que explote la cama, las pautas marcadas, los contratos, las inhibiciones. Que peques más porque para mujeres, ni sumisa ni devota, te quiero libre, linda y loca.

Le quedó el cuerpo tajeado

Sucedió. Apareció, sonrió, conquistó, aprovechó, divirtió, tajeó y marchó. Y cuando marchó se lo llevó todo. Todo porque dejó un agujero tan hueco que ahora no se sabe con qué volver a llenar. Y eso que se lo advertí. Se lo dije al oído todas las noches antes de quedarse dormido. Cuidado. Cuidado porque no quería que le pasara a él. No a él. Nunca a él. Pero sucedió tan de prisa. Apareció, le sonrió, lo conquistó y se aprovechó de esa conquista. Tan maldito fue que se divirtió antes de tajear el cuerpo en dos, arrancarlo de adentro y marcharse. Le latía en la mano cuando se lo llevó. Latía fuerte. Para que robárselo así si estaba tan dispuesto a sumir. No lo apreció nunca, se lo dije. Y lo advertí millones de veces. Todas las veces cuando lo escuchaba adentro latir, cuando reía, cuando lloraba y también cuando me sentaba a ordenarlo todo. Cuidado a quién te das. Mucho cuidado. Y me lo robaron. Me lo arrancaron de cuajo en mis narices. Se lo llevaron y vi como se lo llevaban y tonta yo que preferí que fuese así a nada. Y ahora tengo un agujero tan hueco que no late y no se con qué volver a llenar, esta vez no alcanza la falsa ilusión de mañana volver a comenzar.
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