Soñando Europa desde Africa


Era 1988 cuando todo comenzó. Aún en ese año Aicha y Khadija eran ajenas al mundo que se les avecinaba. A kilómetros de su pueblo al norte de África, los canales de la televisión competían por la transmisión de los Juegos Olímpicos de Seúl; España aprobaba la ley sobre técnicas de reproducción asistida y Marruecos la reforma agraria y la modernización de la agricultura.Alejadas de esa realidad y sentadas en una de las orillas que tiene Marruecos mirando España, Khadija disfrutaba de su hija y Aicha descubriendo el mundo y las ciudades que se veían del otro lado. Pero esa tranquilidad acabaría tan pronto como Aicha se enterase a los 8 años que no podía cruzar el mar sin más. “No entiendo madre. ¿Porque no podemos ir?”, fue la pregunta sin respuesta que creció en la cabeza de Aicha.Creció tanto que la idea de saltar el mar se transformó en una adivinanza, un juego y término siendo su protesta. Inclusive a los 18 no entendía porque habiendo nacido en Targha, sobre la costa mediterránea pero del lado marroquí, no podía conocer las playas del frente. Y acababa siempre su argumento a los gritos repitiendo la misma frase, “si las puedo ver desde aquí porque no puedo ir allí. No entiendo madre porque dices que no me dejarán cruzar el mar para conocerlas”.Khadija había criado una niña obsesionada con las luces del otro lado y las mil historias que llegaban desde las playas del frente. De calas paradisíacas donde el verano tiene un sabor diferente al que ellas estaban acostumbradas, y donde las mujeres toman el sol con los pechos descubiertos.Al principio Khadija pensó que era algo natural de una chiquilla fisgona, pero con el tiempo la curiosidad de su hija se transformó en un problema. Tanto que temía que la vida de Aicha. Khadija era una mujer berebere de la etnia Ghomara, había nacido al norte de Fez y caminado hasta Targha cargando a Aicha.Tenía la piel vieja y gastada, sobre todo las manos y la cara. Pero tenía algo especial y su hija lo había ganado de ella. Era una mujer analfabeta pero astuta. Una mujer de estos tiempos de ordenadores y globalización pero sin educación y electricidad. Conocía los derechos de las mujeres, que los bancos cobran un interés, los diabéticos necesitan insulina, sobre multinacionales, las Naciones Unidas y hasta la revista Vogue, Paris y Roma. Por determinación propia y para cuidar a su hija dejo su aislacionismo voluntario para saber de la realidad política y social de su país.Así, con el tiempo supo comprender que lo que tenía Aicha no era capricho sino sueños. Por algún motivo su hija había depositado sus esperanzas en ese viaje a Andalucía. Más de diez años pasaron hasta llegar a un martes del 2006.Aicha pasó a buscar a Khadija por su trabajo en el zoco de Oued Laou, cuando le comentó que había averiguado sobre una patera que saldría en dos semanas desde Dar M´ter. “Si te lo cuento madre es porque quiero tu aprobación, no es una locura llegar al otro lado cuando Said y Rachid lo pudieron hacer”.A Khadija se le nubló la vista y el miedo le hizo tragar saliva. Sintió ese dolor punzante al que se había estado preparando, pero este era real y mucho más fuerte. Supo que este momento llegaría y había preparado una respuesta.Caminaron en silencio hasta la casa, entonces Khadija le dijo que le daba la bendición para ir a Andalucía pero ponía una condición. Sería “desde Ceuta y de manera legal”. Aicha intentó convencer a su madre que si viajaba con un boleto de ida y vuelta y su pasaporte, lo más probable es que no la dejarían pasar.“Mírame madre, ¿tu crees que me dejaran ir a pasar un verano en Andalucía?”. Khadija acarició la cabeza de su hija para calmarla. “Conocerás Andalucía y volverás para contarme que no eran mentiras esas historias con las cuales creciste”. Aicha abrazó a su madre con todas sus fuerzas y finalmente pudo suspirar.Trabajaron todos los días aquel invierno para conseguir una maleta, ropa bonita, una cámara de fotos, sandalias nuevas y una cartera. Luego el dinero para el hotel, comer y el transporte. Buscaron en Internet un hospedaje y juntas programaron los lugares que Aicha visitaría. No fue fácil.También tuvieron que hacer frente a los comentarios de los vecinos. Hasta que llegó agosto, Aicha se despidió de su madre y viajó en bus hasta el puesto de control de la policía española en Ceuta.Estaba nerviosa, las manos le sudaban. Estaba a menos de 20 kilómetros de las playas de Andalucía. Una mujer con uniforme la registró y le preguntó qué iba a hacer a Andalucía sola. “Viajo porque quiero pasar un verano en Andalucía. Quizás el próximo lo haga con mi madre, me gustaría que ella también pudiera conocer España”.Entonces la mujer le pidió el pasaje de vuelta. Aicha se lo mostró y además le enseño el circuito turístico que planeaba realizar. “No tengo planes de quedarme en su país, solamente quiero conocer sus playas, probar vuestras comidas y disfrutar del verano. Luego volveré a Marruecos para contárselo a mi madre”.Era cierto. Aicha descubrió aquel mismo día, apenas piso suelo andaluz, que eran verdaderas las historias que había escuchado, y por primera vez hacía realidad un sueño. Andalucía dejaba de ser una tierra mística y lejana para transformarse en su realidad.La arena era igual a la de su pueblo, pero algo diferente cubría el ambiente. Aquel primer día en Tarifa se pasó la tarde sentada en la playa mirando África y acariciando la arena. Aicha volvió a Marruecos lista para comenzar una nueva etapa y montar un hospedaje. En las playas de Andalucía y lejos de casa se dio cuenta que era capaz de lograr cualquier cosa que se propusiese. Jamás volvió a España y hoy vive feliz en Targha con su madre.

Crimen a la luz del día

Basta Lo confieso, fui yo। ¿Perdón? Es verdad, tengo 30 años y me pueden juzgar por haber actuado de manera inmadura pero, ¿quién me puede culpar? Llegué al límite de creer que quiero ser actriz para tener una vida como en las películas, y es absurdo। No me interesa actuar y no quiero tener una vida al estilo Hollywood, esa es mi farsa para evadirme.

Lo peor es que me he vuelto adicta a las revistas y a la televisión. Yo no era así, no era de ninguna manera pero tampoco así. Es verdad que algunas nacemos con instintos maternales y nos gusta que nos dé el vapor del guiso en la cara; otras con esa nube de profesionalismo ambicioso, las uñas siempre pintadas y cien tacones para elegir. Y otras tan solo nacemos perdidas, y ahí estaba yo sin encajar. La versión opuesta a todo lo que había planeado ser.

Una periodista frustrada que administraba una inmobiliaria, y lo más cercano que había llegado a una redacción eran los clasificados de las casas en venta que tenía que redactar. Además creo que si alguno de ustedes hubiese estado en mi lugar hubiese actuado exactamente como yo lo hice.

¿Si siento culpas? No, no siento ninguna culpa y volvería a repetir todo de nuevo porque en este caso tengo todo el derecho de matar por defensa propia. Era mi vida o ella.

Me tenía amenazada las 24 horas del día. Inclusive antes de que suene el despertador me tenía con un ojo abierto pensando en la oficina. Había dejado de soñar, hasta el pelo se me empezó a caer y me salió un salpullido en el cuello. Tenía granos con pus en la cara y ojeras. Unas terribles ojeras negras que me desfiguraban la sonrisa. Estaba estresada y tenía ataques de nerviosismo, hasta me obligó a tomar pastillas para tranquilizarme.

Tomando pastillas para tranquilizarme a los 30, de seguir así hubiese tenido una úlcera en dos años. ¿No lo ven? Lo hice en defensa propia y matarla fue una de las sensaciones más deseadas, placenteras y planeadas de los últimos dos años.

Matarla fue fácil. Sabía cómo funcionaba, se despertaba a las 7, desayunaba cuando se acordaba y salía a la oficina. Trabajaba hasta las 11 y bajaba por un café con leche siempre al mismo bar. A las dos almorzaba y a las 4 volvía a trabajar hasta las 6 o 7. Cuando llegaba a su casa estaba tan cansada, por lo general con dolor de cabeza por pasarse tantas horas frente al ordenador. No leía porque no lograba concentrarse, pensaba en todo lo que tenía pendiente para el día siguiente en la oficina y le entraba un escalofrío por la columna que la dejaba tonta.

No salía a pasear porque estaba demasiado cansada, hasta lenta. Los sábados y domingos si es que no tenía que hacer algún trabajo de la oficina le tocaba limpiar la casa, lavar la ropa y cocinar algo para la semana.

Era fácil encontrarla, todos los días eran iguales. Nunca nada nuevo, diferente. Una vida sin grandes aspiraciones ajustada a las agujas de un reloj y manipulada por un jefe histérico, obsesivo y compulsivo. Ahora que lo pienso… le hice un favor.

No, no lo planeé sola, me ayudó Patricia. Sí, mi amiga de la universidad. Ella sabía todo, es más creo que gracias a ella me di cuenta que lo tenía que hacer. Sacó los pasajes, dos boletos en bus así no tenía manera de volverme atrás.

Soy de esas que cambian de opinión a último momento, así que decidió invertir el dinero que teníamos en ese pasaje. No tenía otra que subirme a ese bus. Lo curioso es que ese viernes me desperté relajada. En las películas se despiertan sobresaltados y sudados.

Yo estaba hecha una seda y feliz. Estaba por primera vez en mucho tiempo sintiéndome feliz. Ese viaje me hacía feliz. Era finalmente una persona feliz, ¿cómo podía sentir culpa? Imposible.

Cuando llegué a la oficina el jefe llamó para decir que no iba a venir. Nada podía salir mal. Estábamos las dos solas y el bus salía a las siete de la tarde. Lo tenía que hacer a las cinco y media para tener tiempo de pasar por mi casa y buscar las maletas.

No podía levantar sospechas. Patricia llamó a las cinco y cuarto para ver cómo venía todo y darme fuerzas. Quizás porque estaba demasiado ansiosa no pude esperarme hasta las cinco y media, sin medirlo para las cinco había terminado con ella.

La destrocé en menos de cinco minutos, primero la ahorqué con ambas manos y me asombré de toda la energía acumulada que tenía adentro. Aguantándome todos estos años mientras ella me comía la cabeza. Me miró con los mismos ojos de siempre y a medida que la hacía desaparecer recuperaba mis energías.

Ella me había consumido, me había transformado en su esclava y lo peor es que me llevó años deshacerme de ella. No dejé huellas, sólo una carta, sabía que el jefe la leería el lunes por la mañana.

Patricia estaba esperándome en el lugar acordado de la Terminal, me sonrió y le devolví la sonrisa. Además de amigas, ahora éramos cómplices. El bus salió rumbo a Sevilla y pasamos el verano en Andalucía.

No me arrepiento de nada। Tenía que ser así y valió la pena. Necesitaba aires nuevos para volver a repensarme, un verano en la playa y la mente en el agua salada. Me contaron que el lunes siguiente mi jefe se desayunó con mi carta, hasta la leyó en voz alta a los otros empleados como mal ejemplo. "Acabo de matar a mi rutina. Me voy a Andalucía a pasar el verano para recuperar el tiempo perdido. Post Data: La vida se vive una sola vez". Les envié una postal desde Sevilla.

Luciana Salvador

No quiero que se mueran

Ayer recibí una nota escrita con palabras suaves diciendo que se va a morir. No ahora o inmediatamente pero pronto. Igual que cuando murió el. Se pierde, se deshidrata y no se acuerda de muchas cosas.
Mientras leía la carta la noticia me inundó un rato largo, después creo que me olvidé hasta el día siguiente mientras leía un libro sintiéndome completa con el sol dándome en el cuerpo.
Primero pensé en el pelo rojo de una amiga, no se porque. Y de golpe me vino la noticia que se iba a morir. Me levanté por un vaso de agua y recordé que ella es la que conoce los nombres de todos los muertos. Yo me los se a medias y otro tanto se que me los invento pero es ella quien conoce mi pasado con exactitud y no lo dejó escrito.
Volví al sol vacía.
Luciana Salvador
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