Los miedos de Ethel

Helmut Newton
Si te comparto mi cama, ¿me compartes tu nombre?
Si tengo frío, ¿me das calor?
Si tengo ganas de llorar, ¿no te reirás?
Y si tengo ganas de reír, ¿reirás conmigo?

Si quiero sujetarte fuerte, ¿estarás?
Y si estás, ¿es verdad que nunca te irás?

Luciana Salvador Serradell













No mires atrás Lucía



Voz: Miguel de Molina

Texto: Luciana Salvador Serradell


El adoctrinamiento de Alma

Helmut Newton

Y le dijo Alma al oído, vamos a sacarnos el pudor antes que nos adoctrine.

Luciana Salvador Serradell
























El miedo de Rosario a quererlo

Diane Arbus
Será que Rosario lo ha querido desde antes de quererlo de verdad y por eso se pregunta cuando la prisa la asusta, por eso de empezar a quererlo, quererlo de verdad (...) ¿qué pasará?.

- ¿Qué pasaría sí? Entonces lo trata poco y aveces, solo aveces, se abre un poco y de a poco, muy de a poco él se le hace tierno.

Tierno.

Tierno en esa falta de costumbre por preguntarle si quiere quedarse esta noche y la necesidad de una más. Una más y después dos y tres y cuatro. Y que su ternura la envuelva, la envuelva a Rosario y envuelva a esas manías que le genera el miedo, miedo a tenerlo y manías de tratarlo poco por miedo a perderle.

Luciana Salvador Serradell




Una canción de cuna para Elisa

Susan Worsham
Y antes de que Elisa cerrase los ojos, le cantó una canción de cuna.

(...)

Esta noche voy a contar todos tus lunares y trazaré un puente de tu espalda al círculo que dibujan tus pechos y la circunferencia de tus pezones.

Bajaré al hueco de tu ombligo, saltaré al precipicio de tus entrañas, me sujetaré del hueso de tus caderas, a tu cintura ensanchada y volveré a deslizarme por el contorno de tus piernas hasta acariciarte los pies.

(...)

Los pies y la sombra de tus pies.

También lo que hay después de los poros y cuando todo lo de después se acabe, acariciaré lo que algún día llegará.

Luciana Salvador Serradell


Los pedacitos que Emma guarda

Lisette Model
Cada vez que Emma recibía una carta suya, una carta o una postal, sentía que él regresaba. Que volvía con ella.

(...)
Ahí.
A ese momento.

(...)
Al instante exacto cuando ella busca ahora tocarlo.

Y con el tiempo empezó a volver de a pedacitos, un poco más y a veces nada,  entonces Emma comenzó a coleccionar las cartas y postales para llenar los huecos de sus momentos. Tocarlo. Para sentir nada y todo.

Luciana Salvador Serradell








A Ethel le explotó el corazón

Yossi Loloi
El cuerpo de Ethel se había transformado en un almacén de recuerdos desde que las formas se lo habían comido todo por culpa de ese problema, el de ser hipersensible a situaciones que la incomodaban y, en vez de decir lo que tenía que decir, se llenaba la boca con un bocado. Con un bocado cualquiera. Grande. Inmenso que le mantuviera la boca ocupada.

Llena.
Satisfecha.
Callada.

Y así Ethel transformó todo lo que no se animaba a decir en carga, carga de kilos y carga emocional. Una sobrecarga interna que le explotaba en la boca del estomago y le producía acidez, también dolor y después ansiedad oral porque por fuera su cuerpo lo expresaba devorando lo primero que veía comestible.

Todo lo que era comestible.

Servía una mentira mal parada, una verdad mal analizada, unas ganas superfluas de que se yo. Conversaciones ajenas de cosas privadas e inmaculadas. Sospechas. Rutinas. Mierdas (...)

Y entonces el corazón de Ethel que era sensiblemente sensible y tres veces más sensible que otros corazones normales, sufría en vivo una destrucción de su tejido cuando la circulación sanguínea se le quedaba atorada en el estomago por culpa de los constantes ciclos de digestión, y no le subía.

Una gangrena asquerosa se empezaba a comer a Ethel y Ethel devoraba todo lo que veía por culpa de la culpa de esa gangrena. Pero como no hay mal que cien años dure, explotó.

A Ethel le explotó el estomago y el corazón cuando no aguantó más cargar con esa sobrecarga y mandó todo al carajo.

Al carajo y más allá.

Se desprendió de los buenos modales y le cantó la justa a quienes llevaban años pendiente escucharla. Lanzó un par de bombas molotov a quienes se las merecían y así se desquitó el tiempo que se mantuvo callada y tragando.

Tragando todo lo que una puede aguantar hasta que explota todo lo que tiene que explotar para volver a aflorar. Para volver tranquila al cuerpo de Ethel, escarbarlo hasta encontrar su voz y volver a escucharla. A escucharse.

Luciana Salvador Serradell


Cuando Ana aprendió a odiarlo

Brooke Shaden
Lo de odiar se aprende como se aprende a repetir un juego (...)

Un lunes.
Un martes.
Un miércoles.
Un jueves y otro viernes.
Los sábados y de nuevo los domingos.

Todos los domingos y un día nace y le come todo por dentro y le produce un crac, como el sonido de un hueso roto. Así le pasó a Ana, un sonido lacónico, como el de una rama seca cuando se pisa y odiarlo fue inevitable.  Era él u odiarse ella, pero odiarse ella era contranatural, tan contranatural como querer prenderse fuego los pelos del brazo o rasguñarse los pechos hasta sacar sangre.

Hasta vaciarse. Hasta quedarse sin Ana, sin las Anas que la habitan.

Pero no podía. Ana no podía odiarse a ella. No hay Ana contra Ana  y de odiar eligió odiarlo a él por haberle provocado una necesidad, esa necesidad tan contranatural de querer odiarse ella.

- Maldito, pensó por primera vez.

Por eso aprendió despacio a prenderlo fuego con el fuego de un fósforo, quemarle la planta de los pies. Los pies que la pisaban, que la atropellaban, que la disminuían.

Que la aplastaron tanto y tanto daño le causaron.

Aprendió a meterle gas por los orificios nasales para contaminarlo por dentro e igualar las ganas carcomidas que él le había dejado, las ganas que una vez sintió cuando se sentía mujer.

Cuando era Ana feliz.

Por eso tuvo que de apoco ahogarlo en una bañera y para que su cadáver no le vuelva a saltar ni una vez y le generara de nuevo esas ganas de odiarse, lo tapó con cal.

- Y shhh, le dijo al espejo. Y así Ana hizo justicia.

Luciana Salvador Serradell












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